Reconocerlo es mejor

Reconocerlo es mejor

CARMEN IMBERT BRUGAL
Alguna razón recóndita tuvo la tiranía para promulgar, el 28 de febrero del año 1958, la única ley que ha prohibido la prostitución en el país. Afirman que el régimen pretendía  reivindicar su “fuerza moral”. Comenzaba entonces a manifestarse el descontento de la Iglesia católica, el rechazo internacional y la actividad de los exiliados encontraba apoyo.

La ley, en su primer  artículo, declaraba “atentatoria a la higiene social y a las buenas costumbres la práctica de la prostitución”. Sólo se refería a las mujeres que se dedicaran “a la práctica, por negocio o depravación”. El alboroto provocado por la promulgación produjo su derogación catorce días después. Desde las licoreras hasta los arrendatarios de velloneras disminuirían sus ganancias si la 4862 se aplicaba. La angurria de algunos familiares del jefe  no soportaría la merma y actuó para derogar el texto. La señal más contundente del rechazo fue una carta publicada en el Foro Público,  columna vocera de los deseos del sátrapa. La misiva criticaba la ley y la consideraba inconstitucional.

A partir de entonces, aunque resulte difícil admitirlo, por negligencia o acomodo, la prostitución no está prohibida. Las personas pueden hacer con su cuerpo lo que les plazca. Hay sanciones para los proxenetas y protección para los menores. Reconocerlo implica la eliminación de los beneficios que el comercio carnal provee y evitaría atropellar mujeres prostituidas. Asimismo impediría los lamentos esporádicos de figuras públicas, comprometidas con la sangre y el peculado, con la miseria y el atraso, que olvidan sus obligaciones y pierden tiempo con reclamos vanos de pureza.

¿A quién beneficia la reiteración de sandeces en contra de la prostitución? ¿Complace a alguien el virulento discurso que demoniza la venta del cuerpo? ¿Qué consigue la vocinglería plagada de moralina suspirando por la pérdida de vergüenza en un colectivo donde todo está permitido? 

El reportaje transmitido al mundo, a través de una cadena internacional de televisión, que consigna un aspecto sórdido de la vida dominicana, ha convocado un coro plañidero que aspira con su monserga eludir los hechos. Saben que nada nuevo divulga el trabajo. Reaccionan de ese modo para conservar la dicotomía entre lo que es y lo que quisieran mantener secreto.  Vivimos entre el tongoneo pélvico y el azuce lúbrico. Con anuencia de los adultos y la indiferencia de las autoridades, niños y niñas menean sus cuerpos  en programas dedicados a la infancia. La rutina urbana transcurre entre perversiones y a nadie molesta. Los centros turísticos exhiben sus ofertas de gozo que rebasan el disfrute de sol y mar. El “Santo Domingo no problem” es una marca de fábrica aceptada y divulgada. Fascina que nos identifiquen con la sensualidad y el desparpajo. 

La cháchara en contra de la prostitución exorciza complicidades legendarias. Aquieta espíritus que nada dicen en perjuicio de los responsables de tanto crimen y delito cometido sin preocupación. Es menos riesgoso convertir mentiras en verdades. La sed de justicia y el enojo no incluye a los prostituyentes. Omite a los hombres que compran mozalbetes, al jefe acosador, al padre incestuoso, al conviviente asesino. No alcanza la furia para pedir sanciones en contra de las sotanas que crean centros de zoofilia y pederastia, con letrero de albergue para menores.

La defensa de la moralidad nacional se acostumbró a pasar enfrente de la minoridad que en cada esquina espera, la moneda que pagará el abuso. Permanece en las playas mirando imberbes portadores de vih y embarazadas de 15 años.

Que no quiero verla…decía el poeta transido de dolor. Que no quiero ver la sangre de Ignacio sobre la arena. “Quién me grita que me asome” No me digáis que la vea!…” Pero ahí estaba el cadáver. La realidad no desaparece con la negación. Sirve para engañar y engañarse, para decir lo conveniente y callar lo rentable. Que no quiero verla…pero ahí está, con reportaje de HBO o sin el. Reconocerlo sería más decente que negarlo.

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