Recordando a Julio

Recordando a Julio

Nació en Bélgica, en 1914, hijo de un diplomático que al regresar a Buenos Aires, cuatro años después, los abandonó. Cortázar nunca más volvió a hablar de su padre y vivió en el país desde los cuatro años hasta que, en 1951 viajó a París huyendo del peronismo y del fascismo argentino. Su infancia está marcada por el temprano abandono del padre, el barrio de Banfield, los cuentos de Poe y la educación de su madre María Scott. Se recibió de Maestro Normal y enseñó en escuelas de Bolívar y Chivilcoy en la Pampa argentina.

En 1938, con el seudónimo de Julio Denis, publica su primer libro de poemas “Presencia”. También publica artículos y cuentos en revistas como Cabalgata, Realidad y Sur. Su primer libro de cuentos, “Bestiario”, se publica en 1951, el mismo año en el que recibe una beca de Francia y parte hacia ese país donde trabaja como traductor en la UNESCO. Su obra fundamental se resume en libros como “Final de juego” (1956), “Las armas secretas” (1959), “Los premios” (1960), “Historias de Cronopios y de Famas” (1962) , “Rayuela” (1963), “62/Modelo para armar” (1968), “Un tal Lucas” (1979), y “Queremos tanto a Glenda” (1980). En 1966 asume su compromiso con las luchas de liberación latinoamericanas y publica “El Libro de Manuel” (1973). Muere en febrero de 1984 y es enterrado en el cementerio de Montparnasse en París.

A veinte años de su muerte, recordar a Julio Cortázar es una buena excusa para rescatar su figura y el poder de una escritura que resulta insoslayable en las letras latinoamericanas

En 1983, volvió por última vez a la Argentina. Padecía leucemia y moriría unos meses después, el 12 de febrero de 1984, hace 20 años. El país vivía una situación de alborozo por la caída de la dictadura militar y el ascenso al gobierno de un líder renovador surgido de un partido tradicional. Cortázar no fue agasajado oficialmente por el gobierno de Alfonsín y no tuvo recepción oficial. Sin embargo, desde entonces sus cuentos son material de lectura en los colegios. Cierta crítica y algunos compañeros literarios criticaron su polémica relación con la “revolución latinoamericana”, y argumentaron que esa actitud lo había alejado de la literatura.

Cortázar “escribía con enorme facilidad. Escribía para gozar. Extremó el juego hasta la intrascendencia, pero fue sobre todo un escritor que había decidido que su oficio podía confundir a la muerte” dice uno de sus biógrafos.

Jorge Luis Borges recordó una tarde de 1947 en que un muchacho se acercó “con el previsible manuscrito” a la redacción de la revista “Anales”, de la que Borges era secretario de redacción. Aquel muchacho tenía 33 años y era casi un desconocido. Borges publicó el cuento. Era “Casa tomada”. El texto formaría parte de “Bestiario” (1951), su primer libro de cuentos. “Cortázar se le hizo evidente por esa no evidencia suya, así como los enigmáticos invasores de “Casa tomada” se manifiestan sólo por un ruido sordo, un murmullo. El cuento es borgeano, para qué negarlo, pero insiste en detalles muy concretos y cotidianos, que hacen más perverso el misterio. Cortázar insistiría por esa vía y Borges le reconocería el mérito, en un comentario sobre Cartas de mamá publicado en 1983, en el que comienza recordando aquella tarde en la revista “Anales”. “Una historia fantástica debe admitir sólo un hecho fantástico para que la imaginación del lector la acepte fácilmente —escribe Borges”.

Su nombre era Julio Florencio Cortázar, nacido en Bruselas, hijo de un funcionario del consulado argentino, traído a la Argentina a los cuatro años, Cortázar fue Julio Denis cuando comenzó a publicar en revistas de los años 40.

Fue en esos años, maestro en ciudades bonaerenses y profesor de literatura francesa en Mendoza. Dejó la docencia oficial porque era un declarado antiperonista.

El profesor José Luis Trenti Rocamora se tomó el trabajo de rastrear la bibliografía de Cortázar y encontró que su primer trabajo literario lo firmó con su nombre verdadero presentado de esta forma: J. Florencio Cortázar.

Se trata del poema “Bruma” aparecido en la revista “Addenda”, del Centro de Estudiantes de la Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta, en la que se recibió como Profesor Normal en Letras ese año, 1935. “Desde entonces cultiva la fantasía y el rigor, trabaja el cuento como una estructura más o menos digresiva, pero en la que un hecho inesperado o extraño comienza a manejar el asunto según su lógica”.

En los libros “Final de juego” (1956) y “Las armas secretas” (1959) se encuentran algunas de las gemas de su obra: La noche boca arriba, Continuidad de los parques, Las babas del diablo.

En 1951 se va a París, como traductor de la UNESCO.

Empieza a mostrar aquel aspecto lúdico de su literatura que no sería bien recibido en las trincheras adustas de la izquierda, en las dramáticas décadas de los sesenta y setenta argentinos (“Historias de Cronopios y de Famas”, 1962). Cuando estalló el boom de la literatura latinoamericana, con la publicación de “Cien años de soledad”, de García Márquez (1967), él, en 1963 había publicado “Rayuela”, una novela que creó fans que se empeñaban en parecerse a sus personajes, cerca del hippismo, de la algarabía estudiantil surrealista que se produciría en 1968, en París, o simplemente de la bohemia intelectual parisina de los cincuenta. La novela es la historia de un argentino en París, de su sueño de un “kibbutz del amor”, de su desasosiego existencial, y su relación con dos mujeres, La Maga y Talita.

En “El Perseguidor” Cortázar diría que con ese cuento por primera vez se acercó a la condición humana. Basado, se supone, en la figura del saxofonista Charlie Parker, es un relato en el que el protagonista es un hombre, las razones de un hombre para vivir de una forma o de otra su existencia.

El cuento “El perseguidor” de tanta significación en su literatura sucede en París, y el personaje dijo sus temores acerca del curso que podía seguir aquello que había comenzado en Cuba.

Cortázar dijo con absoluta transparencia: “Libro de Manuel (1973) fue una tentativa de desquitinizar (por la quitina, sustancia a la que debe su dureza el caparazón de los artrópodos) esos proemios revolucionarios que vagamente se asomaban en la Argentina y que no llegaban a cuajar. Ese libro fue escrito cuando los grupos guerrilleros estaban en plena acción. Yo había conocido personalmente a algunos de sus protagonistas aquí en París, y me había quedado aterrado por su sentido dramático, trágico, de su acción, en donde no había el menor resquicio para que entrara ni siquiera una sonrisa, y mucho menos un rayo de sol. Me di cuenta de que esa gente, con todos sus méritos, con todo su coraje y con toda la razón que tenían de llevar adelante su acción, si llegaban a cumplirla, si llegaban al final, la revolución que de ellos iba a salir no iba a ser mi Revolución”.

El párrafo se lee en la charla con Omar Prego, publicada por Alfaguara en 1985.

En el cuento encontró el mejor terreno para poner a prueba la apariencia de las cosas. Su prosa era envolvente, era fluida; a veces sobreactuaba el modo de malabarista con que arrojaba sus naipes. Le gustaba el box y había dicho que no le interesaban los boxeadores que ganan por la fuerza: “Lo que me fascinó siempre fue ver a uno de esos boxeadores enfrentado con un maestro que, simplemente con un juego negativo de esquives y de habilidad, conseguía ponerlo en condiciones de inferioridad”.

El escritor y periodista Jorge Aulicino que lo conoció y entrevistó largamente escribió: “Esta juvenil disposición, esta habilidad provocadora frente a su oficio, fue su capital. Tenía algo de fantasmagórico, de infantil y de ausente. Jamás podría haber escrito un cuento de verdadero terror. En sus mejores momentos, que no son pocos, lo acercaba a uno al filo de una cierta irrealidad, como cuando un rostro desconocido y amable sonríe, y en la sonrisa deja entrever algo siniestro de su alma. Monstruo inofensivo de alguna casa solitaria de por aquí no más, Cortázar era ese hermano que estuvo demasiado tiempo jugando solo”.

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