Recordando a Rafael Kasse Acta

Recordando a Rafael Kasse Acta

JOTTIN CURY HIJO
Escribir sobre el doctor Rafael Kasse Acta es narrar un trecho importante de mi propia vida. Desde mucho antes de nacer, mantenía un vínculo fraternal con mi padre, que se hizo extensivo a mi madre, hasta el grado  de convertirse en el padrino de mi hermano menor. Ese vínculo indisoluble, que ni las inclemencias del tiempo fueron capaces de atenuar, lo heredamos tanto Julio como yo. Recuerdo que no pasaba Día de Reyes sin que don Rafael no estuviese presente en la calle Danae, obsequiándonos juguetes que alegraran  nuestros años inocentes.

Más tarde, ya viviendo en la Felix Mariano Lluberes, solía visitar el Cine Triple en un viejo Volkswagen, que parqueaba cerca de nuestro edificio. Siempre se detenía con amabilidad a dedicarnos algunos minutos, y  solía regalarnos 25 0 50 centavos en cada ocasión, proporcionándonos felicidad porque podíamos comprar dulces a los paleteros. Por aquella época realizó un viaje al extranjero y nos trajo dos collares de hilo negro con huevos de piedra. El que le regaló a mi hermano es de color anaranjado y el mío blanco. Todavía, 30 años después, conservamos ese presente que con tanto cariño nos regalara el gran amigo que acaba de ausentarse.

Con el discurrir de los años empecé a valorar su vocación de servicio y su ilimitada bondad.  Nunca he escuchado a nadie emitir juicios negativos sobre él. Ajeno a las apetencias económicas, prestaba su concurso sin cobrarle un centavo a los desvalidos que  acudían a su consultorio. Ayudaba sin esperar retribución alguna, en fin, vivió y actuó como  un hombre fuera de serie.

Siendo ya un adolescente y al comenzar a estudiar la historia reciente de nuestro país, me sentí doblemente orgulloso al saber que tanto don Rafael como su hermano Emil estuvieron presentes en el ametrallamiento del Hotel Matún,  que el Coronel Caamaño y otros tantos dominicanos defendieron con gallardía en nombre de la soberanía nacional. Fue entonces cuando me enteré que había precedido como rector a mi padre en la UASD, en el distante 1970. Al indagar sobre estos y otros tantos acontecimientos de su vida pública,  el afecto que le tenía se convirtió en admiración, sobre todo por su bella hoja de servicio.

A partir de mi ingreso a la universidad y posterior graduación como   profesional, empecé a verlo cada vez menos. Cuando nos encontrábamos, especialmente en los almuerzos que celebra al final de cada año este diario,  no perdía ocasión para estimularme a seguir superándome, al tiempo de   preguntarme con marcado interés por mi familia. Nunca olvidaré que hace poco más de una década, mientras atravesábamos momentos familiares muy difíciles, don Rafael Kasse Acta fue uno de los primeros en llamar y posteriormente visitar nuestra casa para indagar sobre la delicada situación de aquellos días. Lo propio puedo decir de otros altos dirigentes del PLD, incluyendo al Presidente Fernández. En aquel instante asimilé que en ocasiones el distanciamiento que nos impone el devenir de la vida suele ser un fenómeno más aparente que real. Para decirlo de otro modo, el alejamiento no siempre erosiona los vínculos afectivos,  sobre todo si descansan en bases sólidas.

Lo mismo ocurrió cuando su salud comenzó a desgastarse, toda vez que no transcurría semana en la que alguno de mis padres, ora en la oficina o en la casa, no manifestaran visibles signos de preocupación. Preferían no extenderse sobre el tema en espera de que algún milagro ocurriera. Pero el destino inexorable de todos es la muerte, y esta vez le tocó a un dominicano ejemplar que siempre abrazó las causas más nobles.

No pudo culminar su libro sobre el conflicto del Oriente Medio, pero su obra no quedará inconclusa, porque hombres como él predican con el ejemplo, y su propia trayectoria constituye el más valioso legado a nuestra sociedad.

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