Recordando a Ramón Arturo Guerrero Valera

Recordando a Ramón Arturo Guerrero Valera

Faltando quince minutos para las diez de la mañana del viernes 24 de junio del año 2011, hacía mi entrada al viejo templo colonial consagrado al Santo Cristo de los Milagros, en Bayaguana; y mi mirada se detuvo sobre un banco trasero para sorpresivamente reconocer la singular figura de Ramón Arturo Guerrero Valera. Estaba tranquilo en oración, solitario, discreto y en silencio.
No quería interrumpir tan sagrado momento, pero tampoco podía contener el deseo de abrazarlo. Me le acerqué con recogimiento y ambos nos saludamos efusivamente, sin pronunciar una sola palabra.
La misa transcurrió pausadamente con una ferviente feligresía que respondía y cantaba a todo pulmón. La solemne ceremonia terminó y no volví a ver a mi amigo Ramón Arturo; era tanto el gentío que se me perdió entre la multitud.
En las aulas de la UASD, Guerrero Valera siempre mantuvo un buen desempeño académico; particularmente, lo consideré el alumno más aprovechado de la clase, cualidad que le manifesté en varias ocasiones, pero su humildad era tal que me agradecía devolviéndome la expresión.
Fue siempre muy conceptuoso y de una extraordinaria capacidad de síntesis, cualidad, pienso yo, le permitió incursionar exitosamente en el oficio periodístico. Una página de mis apuntes quedaba condensada en uno o dos cortos párrafos suyos.
Jamás abrió sus labios para hacer una pregunta tonta o desacertada, siempre estaba atento a las explicaciones de los profesores y las respuestas de éstos servían para dejarnos claros a todos, incluyendo a los tímidos, que como yo, no nos atrevíamos a preguntar. Observé en él, que mientras la mayoría queríamos tomar nota de todo, él tranquilamente escuchaba y luego escribía cinco o seis líneas.
En una oportunidad deliberadamente me quedé en mi querido San Juan una semana más, luego de las vacaciones navideñas, durante esos días, el excelente profesor Ing. César Alberto Meyreles Torres (EPD), enseñó el procedimiento y los cálculos para la preparación de fórmulas de fertilizantes; los compañeros de mi sub-grupo (Andrés Abreu Ramírez, Angel Guaroa Medina Medina y Bienvenido de Jesús Montilla Cruz), como castigo por no llegar a tiempo, se negaron a darme esas explicaciones y a prestarme sus apuntes. Me vi obligado a recurrir a Ramón Arturo, quien con la maestría y la pericia de un experimentado docente me explicó todo al dedillo, sin ni siquiera de reojo mirar sus apuntes. Gracias a él aprobé esa asignatura porque en el examen el punto de mayor valor era un ejercicio sobre el tema.
Guerrero Valera creó para su propio uso una denominación abreviada para identificarnos y no olvidar nuestros nombres, las elaboraba con las siglas más sonoras de nuestros nombres y apellidos; así a Bienvenido Montilla lo llamaba Bimón, a Guaroa Medina Medina, Guameme, a Rafael Germán Peña, Ragepe, y así por el estilo. Esos apelativos rompieron sus propias fronteras y se popularizó entre todos, todavía a la fecha perduran muchos de ellos y ahora los recordamos graciosamente.
Mi querido compañero, amigo, compadre y hermano Ing. Bienvenido Montilla, me gestionó esta información de Guerrero Valera: en Guerra junto a otros estudiantes universitarios fundó el Liceo Nocturno Padre Antonio Blanchard, con el propósito de ayudar a jóvenes trabajadores a que completaran sus estudios de bachillerato, liceo donde él impartía voluntariamente clases de física, química y biología. En esas labores magisteriales conoció a la señora que hoy es su viuda. Ese compromiso docente significaba que al terminar nuestra jornada en la UASD, de siete de la mañana a seis de la tarde, tenía que irse corriendo para Guerra. No entiendo cómo podía hacerlo, ya que cuarenta y cinco años atrás no existían las facilidades de transporte de hoy día. Aparte de eso, Guerrero Valera fue un activo militante del grupo estudiantil Bloque Revolucionario Universitario Cristiano (BRUC), donde también debió tener una cuota de responsabilidades.
Durante muchos años fue colaborador de la revista mensual católica Amigo del Hogar, publicación que recibía mi hermana Gloria y que con ansias yo esperaba para leer sus analíticos trabajos sobre política internacional y sus repercusiones para nuestro país. En dichos artículos reflejaba su elevada cultura como muy bien afirmara mi amigo y colega Ing. Paíno Dagoberto Abreu Collado, en una reciente publicación aparecida en este diario. Confieso, que en más de una ocasión me vi precisado a buscar información adicional para poder interpretar algunos de sus comentarios.
Quiero terminar estas líneas pidiendo prestado al eminente profesor Dr. Pedro Julio Jiménez Rojas, el título de uno de sus libros para decir: RAMON ARTURO GUERRERO VALERA: “solo mueren los que se olvidan”.

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