Recordando a
Carlos Marx

Recordando a<BR>Carlos Marx

HAROLDO DILLA ALFONSO
Si Carlos Marx viviera cumpliría 190 años el día 5 de mayo. Pero solo vivió un tercio de ese tiempo, atormentado por unos dolorosos forúnculos que apenas le permitiían moverse y por una pobreza crónica que, según su propia confesión, lo ubicaba en una situación peculiar en que escribía cada día sobre el dinero pero carecía totalmente de él.

Fue un pésimo padre de familia – en buen sentido burgués de la palabra – y un terrible financiero, dato fatal para un hombre que nunca supo ganar un salario aunque sí ayudar a procrear cerca de una decena de muchachos. Fue un euro-centrista acérrimo (sentía un desprecio visceral por Bolívar) y un polemista hiriente que en ocasiones le llevó a difamar de sus opositores, como fue evidente en su relación con otro revolucionario de su época: Bakunin.

En resumen, no fue un santo de los que gustan a los chicos de lecturas fáciles, ni cabe en las exégesis manualísticas al menos que lo recorten tanto que solo quede de él una imagen propia del santoral.

Pero Marx fue muy grande.

Aun en medio de tantas tribulaciones, dedicó cada día de su vida a escribir una obra teórica monumental y a tratar de ponerla en práctica mediante la movilización internacional de la clase obrera. Su obra aún hoy constituye la crítica más certera y aguda a la civilización burguesa, y uno de sus libros – El Capital – ha acumulado un récord de impresiones solo superado por la Biblia, milenio y medio más vieja.

Marx, además, nos dejó la propuesta alternativa al capitalismo más acabada – el comunismo – que nunca imaginó cómo la igualdad en la pobreza y la mediocridad (que han preconizado de manera vergonzante algunos de sus seguidores) sino cómo un sistema en que solamente la plena realización individual podría llevar a la realización colectiva.

Como buen occidental  – al final Marx no fue otra cosa que un disidente radical del iluminismo  – su propuesta comunista se asemeja más a un plan todo incluido de un hotel cinco estrellas que a los regímenes autoritarios que proliferaron en su nombre encabezados por cosacos, zares, mandarines, junkers, caudillos jesuitas y oficiales de paracaídas.

No es posible sustentar hoy todos sus supuestos. La idea de un sistema alternativo basado en el consumo de recursos relativamente abundantes regulado por la consciencia merece un mejor análisis toda vez que los primeros ya no existen y la segunda parece requerir mucho tiempo para que madure como factor de regulación. También parece que Marx, al focalizar su atención en el proletariado como pivote del cambio revolucionario, dejó fuera de su análisis a toda la madeja de  opresión y explotación que se configura bajo  el capitalismo (géneros, generaciones, etnias…) y que define diversos agentes de cambio no circunscritos a la relación clasista.

Pero su talento fue de tal magnitud que aun sus errores son estimulantes intelectualmente, mucho más que las verdades de otros. Y sus aciertos parecen recorrer las mentes de las generaciones, señalando que hay un mundo mejor y posible que no pudiéramos imaginar en su totalidad desde Marx, pero que tampoco pudiéramos hacerlo sin él.

Si existiera una segunda vida, me imagino a Marx sentado junto a su amigo Federico Engels,  otro alemán no menos brillante pero más hedonista  conversando sin apuros sobre el futuro y burlándose con indulgencia de sus múltiples asesinos, de los enemigos declarados que proclaman de vez en vez la muerte definitiva del marxismo, y de los torpes practicantes que confunden las necesidades con las virtudes.

Creo que hay razones para creer que después de Marx el mundo ha sido mejor. Y por ello vale la pena recordarlo como lo que fue: una invitación a pensar críticamente el mundo. Y obrar en consecuencia.

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