Recordando el sufrimiento de Cristo

Recordando el sufrimiento de Cristo

Los más fanáticos y fervientes admiradores de Jesucristo creen que la forma de sentirse más cerca de él consiste en revivir y experimentar en sus propias carnes el mismo sufrimiento, incluso el que padeció con la crucifixión.

Y es que para los cristianos,  Jesucristo es el hijo de Dios que murió en la cruz para que el Padre perdonara el pecado original. Todo empezó porque Adán y Eva desafiaron las normas del Paraíso y comieron la fruta prohibida. Aquella infracción trascendería a toda la progenie posterior hasta el final de los tiempos.

Para algunos, la Semana Santa sigue la tradición de lo que fueron unos aflictivos días. Es la cultura del sacrificio, del padecimiento y del sufrimiento, pero sin olvidar el objetivo de la resurrección y la vuelta a la vida.

Una celebración a la que creyentes, agnósticos y espectadores no son ajenos. Unos lo hacen como promesa, otros como agradecimiento, otros para pedir “favores” o arrepentirse de los pecados. Los sistemas son heterogéneos y sugestivos, pero les une la misma intención.

Los no creyentes, o sí, pero no flagelantes, estiman estos actos como “autodestructores”, contenedores de una cierta tendencia masoquista que hace creer que la mejor manera de aliviar las conciencias es que la gente se sienta cercana al dolor.

Dicen que la palabra “pasos” deriva del término latino “passus”, que venía a significar sufrimiento; y que los romanos denominaban genéricamente “crux” –de cruz– a todo instrumento de suplicio que sirviera para someter a una muerte lenta y cruel. Todo son indicios que nos reflejan la visión más dolorosa de estas fechas.

LA CRUCIFIXIÓN

Sin duda, uno de los métodos de tortura del ser humano más atroces es la crucifixión. Su origen no se ha datado con exactitud, pero sin duda es bastante anterior al suplicio de Jesús de Nazaret, ya que se sabe que asirios, egipcios, griegos, cartagineses, fenicios y persas lo ejecutaron antes que los romanos.

Según expertos en antropología, la crucifixión –junto con la horca- quedaba reservada a los criminales de más baja condición, ya que el resto de los condenados a muerte eran decapitados. No suena muy consolador, pero al menos era una muerte rápida.

A los condenados se les concedían unos días para despedirse de sus familias y después eran conducidos sin tormento alguno al lugar en que serían crucificados. Después eran izados y comenzaba el largo padecimiento. El caso de Jesucristo fue diferente porque llevó sobre su cabeza una corona de espinas, cargó con la cruz y fue azotado con un látigo. Estos hechos se explican porque no tenía ciudadanía romana, sino judía.

Una vez que los condenados habían sido clavados a la cruz, se les colocaba una pierna sobre la otra y éstas –que habían sido rotas con anterioridad- eran atravesadas por un clavo, mientras que los brazos eran clavados al poste horizontal de la cruz. En esa inhumana postura sobrevivían el tiempo que eran capaces de soportar hasta su fallecimiento de hambre, sed, insolación o asfixia.

En un principio la cruz era de baja altura, con lo que las extremidades inferiores de los crucificados, en ocasiones eran atacadas por animales salvajes. Por esa razón se adoptó la medida de utilizar cruces más altas. El cuerpo de los ajusticiados no se bajaba de la cruz hasta que no hubiera comenzado el proceso de descomposición. El objetivo era que el pueblo tuviera presente lo que les podía ocurrir si desobedecían las órdenes de las autoridades.

Con referencia a la cruz de Jesucristo, se plantean diferentes hipótesis. Hay quien sostiene que era una cruz Tau (en forma de T), la más utilizada en la antigua Roma, mientras otros declaran que era una cruceta latina, ya que en la parte superior, sobre la cabeza de Jesús, había un letrero con las iniciales INRI.

Los primeros crucifijos representaban a un Jesús triunfante y vivo, victorioso sobre la cruz. En el siglo XII se le simbolizó muerto, cubierto con un paño atado a la cintura; a partir del año 1300 la imagen es la de un hombre coronado de espinas, humillado y que sufre.

EL FAVOR MÁS DOLOROSO

En la actualidad, Filipinas es uno de los países en que el lado más sufrido de la Semana Santa desata mayor fervor. Se trata de un país enclavado en el continente asiático, pero en el que la mayoría de la población profesa la religión católica y cuya creencia en los milagros se multiplica en estas fechas.

Filipinas estuvo colonizada por España durante 300 años y los habitantes de la mayoría de sus más de 7.000 islas fueron convertidos entonces a la fe católica, lo que motivó una mezcla de ritos locales y creencias cristianas. El país tiene innumerables iglesias, muchas de ellas dañadas durante la Segunda Guerra Mundial.

Desde el siglo XVI en que las órdenes de los Agustinos, los Franciscanos, los Jesuitas y los Dominicos se encargaron de evangelizar al pueblo filipino, Filipinas sigue el calendario católico de fiestas.

En pro de algún gran favor familiar, casi siempre relacionado con la salud, o como penitencia de sus pecados, los hay que practican la crucifixión real. Los llamados

“descalzos” trasladan a hombros el paso de Jesús con la cruz a cuestas, conocido como el “Nazareno negro”.

Clavados por las palmas de las manos, son capaces de resistir durante 20, 30 o 40 segundos ante un público, entre paisanos y turistas, que no cabe en su asombro. No son público contemplativo, sino que tienen una determinación personal, ya que se encargan de recoger con pañuelos las gotas de sangre que resbalan por las cruces porque creen que esa sangre trae suerte y lava los pecados de la humanidad.

En estas crucifixiones los cuerpos de los “mártires voluntarios” reposan sobre un pedestal en el que apoyan los pies, ya que, de lo contrario, sus manos se rasgarían.

En la pequeña localidad de San Pedro de Cutud, a 75 kilómetros al norte de Manila, cada Viernes Santo del año se repite la misma historia. La ceremonia se precede de una noche de flagelo y penitencia que da paso a un día en que clavos de once centímetros atravesarán las manos de algunos voluntarios.

La evocación del calvario alcanza cotas espectaculares que motivan la presencia de los más morbosos. Para su deleite, la escena se adorna con un centenar de jóvenes mortificados que se atizan las espaldas –previamente cortadas con cristales– con más ganas que si golpearan a su peor enemigo.

Las escenificaciones del pasaje de la Biblia que relata cómo Jesucristo fue llevado a la cruz se suceden en todos los rincones del planeta.

También en Europa destaca la procesión de “Los bastidores de sangre”, en la localidad napolitana de Guardia Sauframondi (Italia), escenario en el que durante siete horas seguidas, mujeres con velos negros hasta los pies, coronadas de espinas y hombres que cubren sus cabezas con capuchones mientras se lastiman pecho y espalda con espinas y barras de hierro son los protagonistas.

EFE-REPORTAJES.

 

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