TEÓFILO QUICO TABAR
No importa la capacidad que usted posea o se le suponga, los engranajes con que cuente o la facilidad que tenga de concertar con sectores de poder para alcanzar una posición cimera en alguna institución sobre todo reguladora o de equilibrio. Lo importante es contar con instituciones dirigidas por personas de sano juicio, pero tal vez una de las cualidades más importante es la ecuanimidad para poder dominar y controlar los impulsos, mantener la prudencia y saber rectificar, como herramienta fundamental para poder ser verdadero arbitro de algo, especialmente cuando se pone en juego la dirección del país.
Por eso siempre recordaré los juiciosos comentarios que se hacían debajo de la mata de tamarindo de la casa del desaparecido amigo Julio Cesar Castaños Espaillat. Con frecuencia, pero especialmente en aquellos momentos difíciles de los años 60, se hablaba del derecho a disentir de los dirigentes y los ciudadanos y también de la prudencia y la sensatez como armas para poder alcanzar una vida democrática pura y sana. Actuar y rectificar son parte de los fundamentos del equilibrio y la prudencia.
Se producían tertulias informales a las que acudían amigos sin necesariamente tener coincidencias ideológicas pero con el deseo de que el país encontrara la vía democrática como única alternativa. Era como un abanico de pensamientos, donde el respeto y la mesura eran la base fundamental del conversatorio. Se hacían anécdotas, se aportaban ideas, se discutían teorías. Se enfatizaban aquellas cosas que cada uno entendía de más valor para el desarrollo del país.
Derechistas, centristas e izquierdistas, no importaban las tendencias ideológicas, todos hablaban, razonaban y exponían ideas, ilusiones, propuestas, con el mayor deseo, no solo en algunos casos para hacer galas de conocimiento universal, sino con la intención de que las mismas fueran tomadas en cuenta y de una forma u otra influyeran en las personas y el devenir político, social y económico de la nación.
El derecho a disentir y la necesidad de ser ecuánimes y prudentes no faltaban dentro de las recomendaciones que Castaños daba especialmente a los que teníamos algunos, aunque pocos años menos. Siempre recordaba la frase de un político suramericano que decía, aunque el corazón esté ardiente la mente debe estar fría. Hay que actuar con firmeza, pero pensando bien lo que se va a hacer o a decir, y sobre todo estar prestos a corregir cualquier medida o decisión que se haya adoptado, si por alguna razón no se advirtieron las posibles consecuencias.
Hace ya muchos años de esas tertulias. Algunos se han ido. Otros de los que tuvimos la oportunidad de disfrutar de aquellos momentos, solo coincidimos en las páginas de algunos medios de comunicación en las que exponemos nuestras ideas, experiencias o propuestas, con el anhelo de que nuestro país tenga mejor suerte y se encamine por la única vía de la democracia que en aquellos momentos se iniciaba y se ilusionaba, pero que a pesar del tiempo lamentablemente tiene muchos aspectos pendientes tanto el lo político, en lo social como en lo económico.
El derecho a disentir debe ser sagrado. No importa lo fuerte que usted se crea o se sienta. No importa de cuantos recursos económicos disponga. No importa si el gobierno o el poder le hacen ver ilusiones o que los que le rodean le agigantan su ego para elevarlo a la categoría de faraón. Hay que respetar el derecho a disentir porque es, no solo una regla de la democracia, sino la pista principal del respeto y la convivencia humana por donde se debe transitar en todo momento.
Hay que estar dispuestos a enmendar medidas, disposiciones, errores. No se puede sustentar la inteligencia sin el uso adecuado de la prudencia y la sensatez. Las disposiciones que de alguna forma den muestras siquiera de parcialidad político- partidaria, deben ser estudiadas. No esperando el ruido de las voces que lo critiquen, sino escuchando la voz de la conciencia y de la experiencia que recomendaban prudencia, sensatez y valor para enmendar. Tal vez esa sea la manera más útil de recordar aquellos consejos que se ofrecían debajo de la mata de tamarindo.