Recordando la matanza Palma Sola

Recordando la matanza Palma Sola

“Al primero que mataron fue al general Rodríguez Reyes, porque esa era la idea: matarlo a él para acusarnos a nosotros”, expresa Adriana Rodríguez Beltré, hija mayor de uno de los mellizos de Palma Sola que tiene recuerdos escalofriantes de la masacre producida en el lugar el 28 de diciembre de 1962. Ella pudo conversar con el militar en los momentos previos a su caída.

Miguel Francisco Rodríguez Reyes llegó con siete oficiales, agrega, mientras los hijos de Plinio Rodríguez giraban alrededor de un círculo que el líder religioso trazó para protegerlos de lo que había vaticinado: el ataque. El general les ordenó: “¡Dejen esa ceremonia que vamos a formar un pelotón!”, cuenta Adriana. Añade que luego de pronunciar estas palabras “entró a la iglesia, se sentó, pidió un vaso de agua…”

“Yo salí y vi que todo estaba rodeado, de pronto sonó un disparo y el general salió: seguido lo mataron”.

Tanto Adriana como sus hermanos, primos y sobrinos se reunieron para denunciar la supuesta venta de los terrenos de Palma Sola, considerados como una reserva histórica.

Afirmaron que un hijo de Rodríguez Reyes estuvo persiguiéndolos y debieron ocultarse de él hasta hace poco, porque la falsa versión de que ellos asesinaron a su padre se transmitió por años.

De ese infausto momento conversan, además, con estupor y lágrimas, Susana, Américo, Josefina, Ylsa María y Manuel de Jesús Rodríguez Beltré, hijos de Plinio Rodríguez, uno de los mellizos que continuó la tradición del llamado “Papá Liborio”. Manuel es el menor.

Tuvieron que registrar Beltré como primer apellido pues su padre no lo pudo declarar, ya que fue exterminado en la masacre. Sus restos reposan en Palma Sola.

También ofrecen testimonios Urbana Cuevas Ventura, cuyo padre, Donato, alias Nonito, cayó en los sucesos, y Paulina Mora Rodríguez, sobrina de Plinio.

Los humildes descendientes repiten las mismas expresiones de los que gritaban en medio del tumulto, el calor, el fuego, las lacrimógenas, los disparos e incendios. Adriana no vivía en Palma Sola, sino en la casa de unos tíos en San Juan de la Maguana. Pero ese día mientras visitaba en la cárcel León Romilio Rodríguez, otro de los mellizos, apresado por el culto, un militar le mandó a decir a su padre que iban a ser agredidos y ella, valiente, fue a unirse a la familia.

-Mi hija, usted si es guapa, ¿a qué vino? Viene una comisión entre cielo y tierra que ustedes no podrán aguantar, y concluyendo sus palabras la niña, de 13 años, vio sobrevolar dos aviones. “Papá le pidió a la muchedumbre que lo dejaran solo, pero la gente no se fue, dijeron que preferían morir”, atestiguan.

Plinio pidió a su esposa, Ana Josefa Beltré, que le colara café y decretó:

-¡Ustedes verán ahora mismo! ¡Estamos aquí vivos pero pronto van a pasarle por arriba a los muertos, va a haber una guerra! ¡Salgan!

-¡No! ¡Aquí la vamos a esperar!, replicó Esthervina Cuevas, su hermana.

El papá observó a los militares desarmando a los liboristas y golpeando a un devoto llamado Avelino, “le quitó el arma y le dio con ella y ahí papá cayó muerto”, recuerdan.

“¡Caarajooo, los hombres!”. Adriana corrió al lugar donde derribaron a su padre. “Lo volteé, le quité la camisa y no tenía ni una gota de sangre”, narra. Muchas conjeturas y análisis científicos y populares se han hecho sobre este caso insólito que Adriana vivió y que suscriben sus parientes.

“Tenía dos crucifijos y dos espuelas. Mamá se lanzó sobre él, se levantó y gritó: ‘¡Caarajooo, los hombres! ¡Vamos a pelear aunque sea con palo y piedra!”.

Los adultos que hoy relatan estos episodios eran niños a los que las circunstancias obligaron a cubrirse de lodo por el humo, los gases y el abrasante calor, ya que además, la guardia incendiaba las viviendas, recuerdan.

Ana Josefa fue herida en un brazo y sangrando siguió exhortando a los atacados a defenderse. Los militares entraban a las casas y disparaban a todos, manifiestan.

“Recuerdo como ahora cómo fue herido Caamaño”, continuó Adriana. “Estaba parado con su ametralladora sobá y papá se la arrebató y él cayó herido”. Francisco Alberto era comandante de un cuerpo policial anti motines denominado Cascos Blancos. La dama confiesa que su familia lo conocía desde antes del acontecimiento. “Era amigo de mamá, de los mellizos y de Maura Medina, iba siempre por allá…”.

Los muchachos veían con tristeza cómo los militares “se llevaban en camiones la crianza y los bienestares de papá y mamá” pero no se detenían. “Nos reunimos y salimos y nos ocultamos detrás de una mata de palma”.

Adriana exclama: “Señores, hay que creer en Dios, esos militares nos pasaban cerquita y nosotros nos quedábamos calladitos, cuando se fueron cruzamos donde Nicanor…”. Salvaron sus vidas. “Pero murieron muchos tíos y sobrinos y padres. A Tulio y a Nicolás los amadrinaron por manos y pies y les prendieron candela. Tulio pudo salvarse. Vimos cómo a muchos fugitivos les sacaban el dinero de los bolsillos”.

“Buscaba a papá en los palos”. Los descendientes de los mellizos de Palma Sola se agruparon para entonar las salves que cantan a Liborio y a sus padres en las procesiones y ritos que celebran en el santuario al que ahora están impedidos de entrar. Lloran más que alegrarse, pese a los años transcurridos después del exterminio.

Américo solloza al decir que “eso nos afectó a todos” y Susana, bañada en lágrimas, revela: “Yo iba a los palos creyendo que eran mi papá. Hay días que amanezco con eso en la cabeza y no como”. Pero Josefina es la más afectada. Igual demuestra su pesar entre llanto pues al ser tan niña no conoció a su padre.

-¡Devuélvete que ahí viene la guardia a acabar lo que queda vivo!, es una de las exclamaciones que aún resuenan en sus oídos.
No vieron los cadáveres de sus parientes, amigos y vecinos.
“Palma Sola era un sitio de paz, de creencia en Dios, papá regaba maíz y decía: ‘Así vendrán las personas”, cuentan buscando explicación al genocidio.

Aseguran que Donald Reid y Rafael F. Bonnelly fueron “ofreciendo dinero a papá para que mandara a la gente a votar por ellos” y él respondió: “Yo no mando a nadie a votar”.

Enfatizan que los visitantes replicaron: “Si no votan les vamos a prender candela”.

Historiadores y sociólogos atribuyen a la matanza connotaciones políticas y el predominio de la Iglesia Católica, contraria al movimiento mesiánico. 1962 era un año electoral en el que se disputaban el poder los influyentes Partido Revolucionario Dominicano y la Unión Cívica Nacional.

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