Recordando los orígenes

Recordando los orígenes

Nací un cinco de octubre, como hoy, sólo que fue viernes. Fui el segundo y último hijo de Dardo Hermann Consonni y Ofelia Pérez Peña. Él, germano-italiano de origen, argentino por jus soli y universal de pensamiento.

Ella, humilde criolla capitaleña, de energía inagotable que nunca miró atrás. Me llamaron Hamlet, por la obra de Shakespeare, en la que su amada se llamaba como mi madre. También fue incluido Alberto en el mote porque Alberto Peguero, pediatra habitual y partero de ocasión, fue quien me recibió en el local de su clínica, local que ahora ocupa la Sociedad de Bibliófilos, en la calle Colón (Las Damas) frente a la fortaleza Ozama.

En aquellas escasas cuadras de la aldea urbana que era Santo Domingo, había estado siempre la esencia del poder militar y político de República Dominicana. La fortaleza Ozama, imponente con su portón de los tiempos de Carlos III, albergaba la mayor fuerza del Ejército Nacional, principal bastión de la prolongada dictadura que ya se presentía. Hacia el Oeste estaban la Secretaría de Estado de Guerra y Marina y la Universidad de Santo Domingo, entidades que ocupaban la extensa área desde donde ahora se impone el Cardenal. Más al Norte, en la intersección de Colón con El Conde, funcionaba la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas. Poco más allá, a un ciento de metros, en la esquina Mercedes, se ubicaba el edificio de las Casas Reales, desde donde se dirigía entonces el gobierno nacional.

Nacía Hamlet Alberto cuando la capital era apenas un conglomerado de ochenta mil peatones con una mínima excepción de propietarios de vehículos de motor. La zona urbana contaba entonces con media docena de calles asfaltadas y algunas cuestas de piedra compactada que llamaban macadam. El resto de las estrechas vías eran pura polvareda en tiempos de seca y canales de inundación en meses lluviosos. El cemento Pórtland era solamente usado en obras muy especiales, mayormente por las empresas extranjeras. El acueducto inaugurado durante el gobierno de Horacio Vásquez empezaba a ganarse la confianza de los escépticos capitaleños que todavía aprovechaban las lluvias para acumular el agua potable gracias a los inclinados techos de zinc. También mantenían aljibes de agua subterránea con aceptables índices de pureza. Electricidad había suficiente para todos de acuerdo con el atraso tecnológico y los rutinarios horarios de la época. La basura de nuestra pobreza nacional era toda biodegradable.

Con tres cuartos de siglo encima, decidí abordar este espacio periodístico con un tema apacible, con la masturbadora idea de que vivimos en un mundo bondadoso. A golpes de frustraciones he aprendido que el futuro es hoy y hay que labrarlo a empujones de dignidad sin pensar en los riesgos y sin permitir que una queja salga por los labios.

Hoy, lunes 5 de octubre de 2009, decidí regalarme de cumpleaños la publicación de un libro que escribí. La obra se llama “Eslabón Perdido; Gobierno Provisional 1965-1966”. El título proviene del aparente desprecio de los historiadores por investigar y analizar este período histórico, importante etapa de transición entre la ocupación militar de Estados Unidos en 1965 y los ominosos doce años de despotismo de Joaquín Balaguer. Fue entonces cuando se reinventaron, al ritmo de una violencia increíble, los métodos y la enorme crueldad del trujillismo, absolutamente coincidentes con el rigor estadounidense de la guerra fría y la kennedyana Doctrina de Seguridad Nacional.

Fue aquel un período cruel, al tiempo que glorioso, que sufrimos intensamente muchos dominicanos aunque el fragor de la lucha no permitió que lo racionalizáramos entonces ni lo entendiéramos a cabalidad. El contenido de este libro ayuda a descubrir el impotente régimen presidido por Héctor García-Godoy Cáceres con el que Estados Unidos trataba de disimular la tercera ocupación militar contra nuestro país en el siglo veinte. Además, organizaba unas elecciones presidenciales absolutamente fraudulentas para llevar a Joaquín Balaguer al poder.

Para combatir el olvido fue que busqué con esmero donde otros no han querido mirar. Para aproximarme un poco más a la verdad y reforzar la confianza ciudadana, sin perder las esperanzas ni la convicción de que a la perversa degradación social que padecemos le queda corta vigencia.

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