Recordar al guloya Linda

Recordar al guloya Linda

Lo enterramos bajo un ardiente sol de verano que deja cicatrices en el rostro y en el alma entristecida, el recorrido fue largo y muy lento  como el que no desea dejar al amigo en su última morada.

La despedida frente al mar fue para mí de lo más significativo de la tarde por la proximidad del puerto y sus viejos negros, hoy junto a viejos y difusos recuerdos del puerto, tal vez tratan de recordar nombres y hechos acontecidos en los primeros años de un naciente siglo XX:

 Como la explosión del INCA, el barco que cargaba pólvora y dinamita donde murieron los maquinistas Fonso y Cachito.

O recuerdan los días de llegada de las Goletas María Caridad y el verdú atracando  con sus panzas preñadas de negros que procedían de las islas barloventinas, atravesando el Caribe en la bodega de los barcos acostados sobre un fondo de arena, pagando cuatro pesos menos que las mujeres que pagaban doce pesos, por que viajaban sobre la cubierta del barco por eso pagaban más que los hombres, ocupaban más espacio; luego al llegar a tierra los bajaban de las goletas y los subían en una locomotora que se llamaba “La Chiquita”, que operaba un maquinista puertorriqueño llamado Pachín.

El recuerdo de los vapores Guantánamo y el Santiago de Cuba, que atracaban siempre en los atardeceres, como queriendo afirmar con estas puntuales llegadas que era muy cierto, y que deseaban contemplar los atardeceres más bellos en la ciudad de los grandes poetas.

También está el recuerdo del vapor Catherine con su continuo ir y venir, que con mucho orgullo atendía Don Augusto Lozada. A este puerto llegó también Linda con parientes y amigos cargados de los mejores deseos y apego al trabajo pero curtidos por una danza que luego florecería y darían frutos que perdurarían más allá de lo pensado, atrapando el espíritu festivo de una, dos, tres, quien saben a cuantas generaciones más de niños, mujeres y hombres de la que fuera pequeña aldea de mosquito y de sol luego convertida en el paraíso de la cultura, el azúcar y la miel hacia donde venía llegando una marea interminable de educadores, prominentes médicos, destacados poetas, músicos y toda clase de personas cultas cada uno con su cesta cargada de prósperos proyectos hacia una ciudad que dejaba escuchar en la distancia el pito alegre de la locomotora cuando se dirigía hacia el puerto con su larga cola de vagones cargados de sacos de azúcar, el pito de la factoría del Ingenio Colón llamando a los obreros para el inicio de la faena azucarada, y más allá mucho más allá, el redoblante, la flauta y un triángulo percutado con una varilla de acero, eran estos los instrumentos de las gulotas, eran sonidos únicos acompasados en la memoria con el agudo y rítmico silbido del hubero de playa, o el pregón mañanero de la marchante Cocola con su canasta de frutas sobre la cabeza entonando su Good Morning  Guavaberry.

El tiempo dejó de ser largo y tedioso como lo sienten los adolescentes, se activa. Corrió para arrancar de nuestro lado a los hacedores de recuerdos.

Primero nos arranco a Teophilus Chiverton conocido toda la vida como Primo. Luego  le tocó a Damian Henderson “Linda”. Tampoco podemos  dejar de pensar en Jural George ido también antes que Linda.

Hoy los sonidos aquellos no existen ni los entierros y funerales Cocolos son los mismos.

El velatorio de Linda fue solo Guloya hasta los límites, el redoblante, el tambor estuvieron ahí, el romo también, mucho romo. 

En la noche, el dompling y el yanikeke también el fungí, pero no hubo un funeral Cocolo con negros en ceremonia de camisas blancas y trajes oscuros cruzados con ornamentas simbólicas de cada una de las sociedades mutualistas.

 No hubo incienso, ni carroza fúnebre adornada con penachos tirada por un caballo cubierto con mantilla morada y penacho sobre la cabeza del animal.

Las tradiciones se van y solo queda el recuerdo acompañado de las notas de  “When the Saint Go Marching In” de regreso del campo santo ejecutando con esos artesanales pero bien afinados instrumentos que merecería hoy estos instrumentistas el reconocimiento de nuestra Universidad Central del Este.

In memoriam:

Van Putten- Sydney Dickinson

Bal Richardson-Joseph Gibbs

George Moore

J. Heriberto Penn

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