Cada Semana Santa el alma se nos encoje. No importa qué decidamos hacer: siempre surge la preocupación por los que no estarán aquí el próximo lunes, esos que dejarán sus vidas en las carreteras, los balnearios prohibidos o en las aguas que decidirán sortear aunque no estén en condiciones aptas para ello.
Duele saber que a partir de hoy volveremos a contar víctimas de una sinrazón que nunca abandona a los dominicanos: las carreteras, que son cementerios de criollos y extranjeros, llevarán luto a las familias de aquellos que olviden esmerar las precauciones.
En estas fechas, aunque haya quienes quieran ignorarlo, el alcohol suele correr a raudales, razón por la que hay que estar vigilantes y ser mucho más prudentes que de ordinario.
Sé que hoy resulta difícil pedir que recordemos a Jesús cuando la mayoría estaremos pensando/haciendo otras cosas. Son días en los que aprovechamos para darnos esas escapadas que no podemos permitirnos en otras épocas del año. Pese a ello, no está de más que pensemos aunque sea un segundo en el verdadero significado de la Semana Santa: toca reflexionar en lo que debemos cambiar para ser mejores personas.
A pesar de que es algo que deberíamos hacer siempre, este es el momento propicio para curarnos el alma y sacar de nosotros lo que impide que seamos más como Jesús y menos como el tremendo pecador que se impone con frecuencia.
Cada uno de nosotros puede marcar la diferencia en una sociedad degenerada por la apatía, la insensibilidad, la codicia, el egoísmo y la violencia. ¡Si somos como Jesús todo eso tiene que cambiar!