Recta final

Recta final

Bien, ya estamos en la recta final de una de las campañas electorales en las que más cosas groseras y más violencia ha habido en este país, en los últimos lustros. Y este artículo, léanlo bien, mis amigos, es el último que escribo antes de las elecciones. Pero en este escribo lo que yo pienso de cada uno de los tres candidatos presidenciales principales. Y del futuro de este país. .

Primero, Hipólito Mejía está haciendo lo que se llama un papelazo, demostrando que le ha gustado «el carguito» más de lo que la prudencia aconseja. Y, para colmo, en uno de los mítines que ha encabezado señaló que, habiéndose opuesto a la reelección una pila de veces, llegando a calificarla de «una maldición» para el pueblo, habiendo dicho eso y mucho más, y terminando aceptándola como si tal cosa, él no tenía moral para hablar de ese asunto.

Además, ahí tenemos el asunto del uso de los recursos del Estado para financiar su campaña electoral. Porque, ¿no es el aumentar la nómina pública en forma desmesurada, precisamente en los tres meses de la campaña electoral, una forma de agenciarse votos creando «botellas» al por mayor en la administración pública?

Los beneficiarios de esos nombramientos son personas que, «al ponerse el sol», empiezan a recibir un sueldo del Gobierno sin hacer nada para merecerlo y, peor aún, enterrando aún más hondo la paupérrima economía nacional y, lo que es aún más grave, poniendo oídos sordos a las reclamaciones del Fondo Monetario Internacional (FMI), de que redujera esos gastos increíbles. El Gobierno, deudor de las «once mil vírgenes», sigue gastando como si fuera rico, y no un pobretón que se mantiene gracias a la expedición de miles de millones de «inorgánicos» que han hecho que el peso dominicano esté como esté.

Yo estimo que si el PRD tiene millón y medio de miembros, la mayor parte de esa membresía pertenece a la clase más pobre del país y a la clase media. Y ambas clases han sufrido en carne propia las barbaridades que en lo tocante a la economía ha perpetrado este gobierno. Y si quieren seguir «jalando aire», ya saben por quién deben votar.

Segundo, Leonel Fernández cometió un error tremendo en la elección de su candidato vicepresidencial. Rafael Alburquerque es uno de los dominicanos mejor preparados, tanto en las ciencias políticas como en las bregas intelectuales. Sin embargo, no aportará nada a Fernández en las elecciones. Y, ¿saben por qué? Sencillamente que el candidato presidencial del PLD, nativo de Villa Juana, Distrito Nacional, se olvidó de la mayor fuente de votos del país, el Cibao. Otra cosa sería si hubiera elegido como compañero de boleta a un cibaeño, a un santiaguense, específicamente. Y esta «pifia» puede que le cueste más de lo que él mismo piensa.

Tercero, Eduardo Estrella tiene que saber que con el Partido Reformista Social Cristiano (PRSC) dividido, sus oportunidades de ganar las elecciones, o de siquiera ocupar un segundo lugar, son muy remotas.

Y, que conste, Estrella es el candidato más «potable» entre los tres primeros, a mi juicio. Pero el 16 de mayo no solo está en juego la poltrona presidencial, sino que también lo está el porvenir de este pueblo, por lo que él, de tener verdadero poder en su partido, tiene en sus manos decidir en la primera vuelta quien ganará las elecciones.

A mi entender, los reformistas de «la casa» tienen todos su precio pintado en sus respectivas frentes. Precio que sólo pagaría Hipólito Mejía, con tal de alzarse con el triunfo. Unase a eso la compra de votos que, solo en Santiago, ha adquirido una importancia enorme, como yo, personalmente, pude darme cuenta hace pocos días.

Dicho de otra forma, los reformistas deben estar claros en lo que van a hacer si una segunda vuelta se torna indispensable para definir al ganador de las próximas elecciones. Y si lo rojo se torna blanco, pueden ustedes estar seguros de que Eduardo Estrella no tuvo nada que ver en esa maniobra.

Pero, además, están los votantes, está el pueblo. Si nosotros queremos «más de lo mismo», si queremos pagar la gasolina, la electricidad, la comida a los precios actuales, entonces solo tenemos un camino. Pero si queremos (principalmente los pobres y la depauperada clase media) que todo cambie, entonces también solo tenemos un camino.

Y ojalá que por un puñado de monedas el que necesita con urgencia un cambio, no se venda. Porque si lo hace, sólo el tendrá la culpa.

Los que estamos pasando «el Níagara en bicicleta» sabemos lo que tenemos que hacer. Pero hay muchos, muchísimos, que venden su conciencia por un cargo (botella) público, o por unos cuantos cientos de pesos, sin darse cuenta de que ese estado de «bonanza» no durará mucho tiempo.

Yo, en forma personal, estoy claro. Mejor dicho, lo estoy desde el mismo momento en que el presidente Mejía violó su palabra que debió ser sagrada para él. Y lo estoy porque creo firmamente que este pueblo infeliz no podría aguantar mucho más de lo que ya ha aguantado, si no hay un cambio radical en el manejo de la cosa pública.

Y yo sería cómplice por omisión si no me opongo a que este estado de cosas siga. Y el hecho de saber que a alguien «mío» la facturación de la luz le subió de cinco mil pesos a diez mil, veinte mil, treinta mil y, finalmente, ¡a cuarenta mil pesos! mensuales, mientras a «otros» no se les cobra nada, es de las cosas que me hicieron pensar el pasado fin de semana en el futuro de este país. Y así como a esa persona se le cobra un mal servicio en demasía, lo mismo le pasa a millones de dominicanos.

Estamos en la recta final de una carrera que decidirá el destino, el futuro de este país.

Ahora, a los habitantes de este país, cuyas dos terceras partes están en la oposición, aunque divididos, les toca decidir su futuro. A ellos, y solamente a ellos, incluyéndome a mí que, como dijera el mismo Hipólito Mejía, cree a pié juntillas que la reelección es «una maldición». Pero yo, diferente al Presidente de la República, mantengo mi creencia, mantengo mi palabra.

El 16 de mayo este pueblo dirá si se merece en los próximos cuatro años un gobierno como el que tiene en la actualidad. De el es la responsabilidad, pero que luego no se la pase gritando, si se equivoca.

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