Recuérdame

Recuérdame

“La muerte no existe, la gente sólo muere cuando la olvidan; si puedes recordarme, siempre estaré contigo”, Isabel Allende

Desde tiempos inmemoriales, el tema de la muerte ha sido asunto de reflexión en la religión, la espiritualidad y la filosofía.Como dijo Immanuel Kant, uno de los pensadores más influyentes de la modernidad, todo individuo tiene una necesidad de creer en algo para dar un sentido a su existencia. Las distintas culturas han construido creencias, mitos, rituales y ceremonias para responder al misterio de lo que ocurre cuando hacemos el tránsito a la no forma.En Coco, una película animada por los estudios Disney en el año 2017, encontramos una importante referencia cultural de la celebración tradicional mexicana conocida como “Día de Muertos”. La historia del niño Miguel Rivera, sensibilizó los corazones de cientos de miles de personas, cuando visitó el otro mundo impulsado por el deseo inconsciente y ardiente de honrar a su abuelo Ernesto de la Cruz, un cantante que alcanzó la fama con el tema «Recuérdame».

El psicólogo y ensayista suizo Carl Gustav Jung  creía que “el hombre que no percibe el drama de su propio fin no está en la normalidad sino en la patología”. Según él, quienes evitan la reflexión acerca de la muerte “tendría que tenderse en la camilla y dejarse curar”. ¿Será la pandemia que vivimos una manera de curarnos? 

La idea de perder a un ser querido siempre ha sido un pensamiento asociado al dolor. En estos tiempos, la pérdida se vive de un modo íntimo, silencioso y discreto. Ni mejor, ni peor. Solo distinto. La covidianidad nos ha vuelto conscientes de lo efímero de nuestro tránsito por la vida, haciéndonos más conscientes de lo que tiene valor y lo que no.

Las historias de Disney suelen ser relatos arquetípicos que nos preparan para el viaje iniciático del héroe, que todos estamos destinados a encarnar. Mi nieto Hector Nicolás quedó encantado con la historia de Miguel y el perro xoloitzcuintle que lo acompañaba. En la cultura prehispánica de los mexicas se creía que estos perros ayudaban a las almas a cruzar el río para llegar a un inframundo llamado Mictlán.

Lo que nunca imaginé es que esta historia había logrado crear, en su tierno inconsciente, una base firme para responder al grandioso misterio de la muerte. ¿Cómo se le comunica a un niño el repentino deceso de un pariente significativo como es el abuelo? La noticia del fallecimiento de Don Frank Guerrero, con quien mi nieto había construido un dulce y amoroso vínculo, me dejó muy impactada. Me preguntaba cómo respondería mi nieto.

La vida se trata de relaciones. Sin dudas, la familia es una relación muy importante. El clan familiar no es solo un núcleo de afecto, es también el símbolo de una conciencia histórica, la alegoría de que pertenecemos a algo más grande que nosotros mismos y una fuente de seguridad que proviene de aquellos que abrieron el camino para que la vida nos llegara.

En la actualidad, la inevitabilidad del encuentro con la muerte se ha hecho filosóficamente presente. Con demasiada frecuencia nos enteramos del fallecimiento de alguien que conocimos. El poeta argentino Jorge Luis Borges decía que “la muerte es una vida vivida. La vida es una muerte que viene”. ¿Cómo nos sentimos con esto? Asombrosamente, a sus once años Héctor pudo darle un buen lugar a lo ocurrido, y con serenidad se enfocó en los lindos recuerdos que había sembrado en la memoria su abuelo.

El escritor francés Francois Mauiac,  afirmaba que “la muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo”. El premio Nobel de literatura en 1952 creía que “la vida sí que nos los roba muchas veces y definitivamente”. El ser humano vive la dualidad de ser inmortal en el espíritu, y mortal en la materia. La ciencia demuestra que nada desaparece, todo cambia. La calidad de nuestra existencia descansa en el modo como nos relacionamos con este hecho.

El escritor, poeta y periodista uruguayo, Mario Benedetti, pensaba que “la muerte es solo un síntoma de que hubo vida”. Elintegrante de la Generación del 45 nos exhorta a mirar la inseparabilidad de ambas fuerzas. Quien teme a la muerte, tampoco puede apreciar de un modo legítimo la propia existencia. 

La cultura occidental nos enseña a ver la muerte separada de la vida, cuando en realidad ambas son dos caras de una misma moneda. Nos cuesta concebir que el mundo continuará adelante sin nuestra presencia, que todo seguirá en su lugar y no se parará tan siquiera unos segundos para despedirnos. 

Un proverbio irlandés dice: “Duerme con el pensamiento de la muerte y levántate con el pensamiento de que la vida es corta”. La muerte es tan amorosa y generosa como la vida: nos incluye a todos sin distinción. Parafraseando al filósofo chino Lao-Tsé, cuando tenemos vida podemos tener la ilusión de que somos diferentes, pero la muerte nos despierta a la realidad de que somos iguales.La muerte y la transformación son inseparables. La muerte física es una ilusión. Quien se resiste a cambiar, en realidad está muerto en vida. El filósofo griego Platón decía que “cuando la muerte se precipita sobre el hombre, la parte mortal se extingue; pero el principio inmortal se retira y se aleja sano y salvo”.

Cada vez que despedimos a un ser querido recibimos una valiosa oportunidad para vivir plenamente, teniendo la conciencia de que la muerte nos puede visitar cualquier día. Al asentir a “lo que es” podemos recordar que somos inmortales. Quienes logran mostrar al mundo la grandeza que les habita, vencen a la muerte, como hicieron Jesús, Buda, Gandhi y Madre Teresa.

Llevar a mi nieto al camposanto para despedir a su abuelo, puede ser una memorable ocasión para honrar la historia y el legado de un hombre trabajador, solidario, generoso, sensible, familiar, artístico, visionario, inteligente, respetuoso, afable, compasivo, sencilloy responsable, quien en vida recibió el nombre de Frank Guerrero, un gran hijo, hermano, padre y amigo, amante del arte, la gastronomía, la cultura y la música.Sí. Lo recordaremos Don Frank…

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