Recuerdo que el doctor Nelson Abud

Recuerdo que el doctor Nelson Abud

Recuerdo que en la década de 1960 o inicios de 1970 el doctor Nelson Abud, especializado en España y Estados Unidos, decidió regresar con su esposa la doctora Leroux, también médico e hijos, con el ánimo de contribuir al progreso del país. Como constancero, decidió incursionar en una actividad que todos los nacidos en Constanza conocen de nacimiento: la agricultura.

Sembró ajo, que se da bien en las alturas de la cordillera Central y confió en que en su país se podía trabajar honradamente: se equivocó el doctor Abud. El país ha sido sometido a una de las mafias más agresivas y poderosas: el negocio de los alimentos importados.

Entonces tuve el gusto de conocer al doctor Abud, cuando el gobierno de Joaquín Balaguer (que no importa quién gobierne) el Instituto de Estabilización de Precios (INESPRE) importó ajo de la China y reventó a los productores criollos a sabiendas de que la cosecha de ese año era muy buena.

Realmente no me explico cómo es que tanta gente buena, trabajadora y valiente se deja quitar el pan de la boca por un carajete burócrata de pacotilla enganchado a funcionario con poder de decisión.

El ajo de Constanza, aquel año y otros más, hubo que darlo a cualquier precio para no perder el trabajo, el esfuerzo, el planeamiento, la siembra, cuidado, cosecha y almacenamiento del producto.

Ese no es el único caso ni se trata de una práctica descontinuada. El ciclo incentivo, propaganda, entusiasmo de parte de las autoridades a los productores continúa, del mismo modo que sigue la práctica de importar los alimentos que van a ser cosechados o están en almacén, como si ese trabajo y esa inversión fueran un elemento desechable, como si no dejara un montón de problemas económicos y sicológicos.

De allá para acá las malas mañas se han centuplicado. Realmente me resulta difícil entender cómo tanto ex Secretario de Agricultura, de la Presidencia y cualquier otro funcionario que otorga permisos de importación en desmedro de la producción nacional, camina por las calles como si nada hubiera ocurrido, como si en su récord no figure la quiebra de más de un esforzado y exitoso productor agropecuario.

Ahora, de nuevo, le toca a las habichuelas. El valle de San Juan de la Maguana es una bendición para los hombres de trabajo que mojan el surco con el sudor de sus frentes y a cualquier malvado conocido se le ocurre, con la complicidad del Gobierno, jugar con el presente y el futuro de tantas familias que resultan afectadas con la importación de alimentos cuando los almacenes criollos están repletos del mismo.

¿Qué se espera para darles una lección a esos bandidos? A los de antes y a los de ahora.

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