Recuerdo, recuerdo ¿qué quieres?

Recuerdo, recuerdo ¿qué quieres?

Lo primero es confesar que la frase no es mía, es de Verlaine, el poeta impresionista quien, junto con Víctor Hugo, es el mayor poeta lírico francés del S. 19. En sus Poémes Saturniens II, Verlaine  nos dice “Souvenir, souvenir, que me veux-tu…? Termina mencionando las primeras flores ¡Ah, les premières fleurs, qu’elles sont perfumèes! Las primeras flores, ¡cómo son perfumadas!

   Es que el recuerdo… los recuerdos… que acaricio y atesoro, son los perfumados como esas primeras flores a que se refiere el  torturado poeta parisino.

   Caminando por el entorno de Verlaine, recordando  los ambientes que nunca fueron míos…pero sí lo fueron, porque los tengo grabados en el territorio de lo inexplicable…me invadía una misteriosa nostalgia que se trasladaba conmigo.

  A los mármoles de la Iglesia de la Magdalena, que me lucían inconsecuentes con el personaje,  se agregaban las formidables estructuras góticas de Notre-Dame y otros templos de poderosa presencia. Me preguntaba a mí mismo: ¿Dónde está el respeto y el ser consecuente con la humildad de los personajes que intenta honrar?  

   Recordaba   nuestras impretenciosas iglesias dominicanas: el Carmen, Regina, el antiguo Convento de los Dominicos, Las Mercedes, San Carlos, San Miguel…simples, humildes, y me parecía que Cristo estaba allí más cerca, más cómodo…mejor recordado.

 ¿Qué voy a decir? Si de templos se trata, me gustan modestos, consecuentes con el personaje a quien dicen estar dedicados.

   Reconozco que a quien se ama se le quiere ofrecer lo mejor, lo más lujoso, lo más bello. También comprendo que la grandiosidad inspira respeto y que los suntuosos  e impresionantes palacios de los reyes y señores terrenales han sido necesarios para mostrar físicamente la “superioridad” de sus ocupantes. Todavía hoy, en las Casas de Gobierno abundan los sillones sobredorados al estilo de los Luises de Francia, a pesar de aquella sangrienta y confusa Revolución Francesa, embanderada con el lema “Libertad, Igualdad, Fraternidad” en la cual se torcieron y retorcieron sentimientos nobles mezclados con las ambiciones de siempre.

   Con esto quiero expresar que comprendo los motivos que llevaron a la Iglesia Católica –en su momento- a implementar la construcción de soberbias estructuras que fuesen acordes a la grandeza de Dios y Jesús frente a la escasa percepción humana de lo trascendente. Debemos tener  en cuenta que cuando se edificaron estos templos que menciono, Santo Domingo era una mínima aldea, con aires de ciudad por su primogenitura continental y los efluvios de una historia solemne.

    No más.

    Para mí es -extrañamente si se quiere- mucho más.

     ¿Se tratará tal vez de que crecí frente al viejo templo de Regina Angelórum que

mantenía sus piedras ennegrecidas de lluvia, tiempo  y abandono? La iglesia se dejó a los fieles que no necesitaban esplendores para reverenciar a Jesucristo. Es la iglesia que yo conocí y la que amo.

   No a la Basílica de San Pedro en Roma ni a sus equivalentes mundiales.

    Se acerca el pretencioso número que marca el año, diverso según quien cuente: Si a partir de la fundación de Roma (Ab orbe condita), al calendario judío, al de los mahometanos, al de los chinos…al cristiano, universalizado.

   No importa el número.

   Comportémonos mejor.

    Es lo que cuenta.

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