Recuerdos de diez años atrás

Recuerdos de diez años atrás

Aquel viernes 30 de enero de 1998 el presidente Leonel Fernández convidó a unos pocos funcionarios del gobierno a un almuerzo con el presidente electo de Venezuela, Hugo Chávez. El personaje haría una escala breve en Santo Domingo antes de retornar a su país. El encuentro tendría lugar pocas horas después en el tercer piso del Palacio Nacional.

Chávez sorprendió al grupo con su trato íntimo y sencillo. Cuando se enteró de mis vínculos con el coronel Francisco Caamaño Deñó, dejó la silla que ocupaba y se dirigió a mí. El abrazo, además de prolongado, vino acompañado de sus comentarios sobre la admiración que sentía por ese militar que había enfrentado con dignidad y valentía a la invasión militar de Estados Unidos en 1965. No pudimos ambos controlar las emociones. Entonces empezó a narrar cómo el ejemplo de Caamaño Deñó le había servido para pensar y actuar en busca de una patria libre de todo tutelaje extranjero y vacunada contra la corrupción de los políticos tradicionales. En lo adelante, fue poco lo que pudo hablarse alrededor de aquella mesa que no estuviera relacionado con este héroe dominicano. Descubrió entonces que yo no formaba parte de la delegación gubernamental a su toma de posesión. Con su estilo campechano reclamó al presidente Fernández: “¡Tu no puedes hacerme eso Leonel! ¡Hamlet tiene que ir a Caracas!”

Entusiasmado con el tema, Chávez exigió entonces le regalara los libros que, hasta entonces, había escrito, relacionados con el Coronel de Abril. Prometí buscarlos en breve plazo ya que vivo frente al Palacio Nacional. Pero no aceptó mi propuesta. Por el contrario habló para que todos oyeran y dijo: “Leonel: vamos a tomarnos el café a casa de Hamlet y así estoy seguro de llevarme esos libros.”

Dicho y hecho. Salimos conversando y caminando dada la cercanía de la casa. Sólo que entre escoltas, periodistas y vecinos curiosos se formó una multitud que paralizó el tráfico. Aquella fue la visita más tumultuosa que haya tenido esa residencia que mi padre comprara poco tiempo después del ciclón de San Zenón, en la década de los años 1930. Bebimos café, Chávez recogió los libros y hablamos hasta por los codos.

Volvimos a vernos dos días después en Caracas, la noche del domingo 1 de febrero, en la casa que Chávez ocupaba en calidad de presidente electo. Había convocado al comandante Fidel Castro y al presidente Leonel Fernández para sostener una conversación privada. Acudí al lugar como parte de la delegación. Cuando salían del salón en que se reunieron, Fidel me vio y dijo: “Oye Hamlet, ahora mismo hablábamos de ti. Ven acá que quiero le aclares algo a estos dos.”

Sorprendido, no pude menos que acercarme hasta los tres jefes de Estado sin imaginar el tema que tratarían. Fue entonces cuando Fidel me reclamó: “Oye chico, dile a estos dos quiénes son los mejores peloteros del mundo. Tú que viviste en Cuba y jugaste pelota puedes responder con propiedad”. Y de repente el tiempo se paralizó. Allí estaban Leonel, dominicano y conocedor de la calidad de béisbol que se juega aquí; Chávez, venezolano, sabedor de que ningún país del mundo ha producido tan buenos “shortstops” como ellos; Fidel, seguro de la calidad de los jugadores cubanos, los primeros en tener un papel estelar en la pelota grande de Estados Unidos; y estaba yo, quien tenía que responder una pregunta que sólo podía dejar satisfecho a uno de los tres Presidentes.

Aunque entre la pregunta y mi respuesta transcurrió apenas un par de segundos, el lapso pareció eterno. Fue entonces cuando decidí colocar mi cabeza sobre la piedra del sacrificio para entonces decir: “Eso está claro Comandante. Sin lugar a dudas los mejores peloteros del mundo son los dominicanos.” Y ahí ardió Troya, con un Leonel sonriente, un Chávez reclamando la calidad histórica de los venezolanos y un Fidel rechazando con vehemencia mi opinión, la cual siempre confió sería a favor de los peloteros cubanos.

Mejores recuerdos no puedo tener que los disfrutados en esos momentos en que Hugo Chávez iniciaba un salto histórico gigantesco en América Latina para hacer realidad el futuro que Simón Bolívar y Martí siempre soñaron para Nuestra América.

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