Una de las fiestas más hermosas que tiene el mundo cristiano es la Navidad y quiero hablar un poco de esa ápoca en mi infancia.

Los primeros recuerdos que tengo de esta celebración son más bien vagos; los viví en mi campo, El Pino, La Vega.

Con precisión solo tengo la fiesta de los Reyes, porque había juguetes y el primer árbol que vi en la escuela rural, adornado con cascarones de huevos pintados, trenzas hechas de papel de diferentes tonalidades y del de aluminio que traían los cigarrillos. La decoración la complementaban vejigas multicolores.

Pero el sentido cristiano realmente lo empecé a vivir en el colegio, en ese entonces “Angelita”, hoy “Rosa Duarte”, donde luego del fallecimiento de mi madre permanecí cuatro años interna.

Fue allí donde comencé a conocer la historia de la salvación; escuché villancicos por primera vez y disfruté de los hermosos nacimientos que se preparaban todos los años y que incluso eran premiados, creo que por el Ayuntamiento.

El 24 de diciembre se celebraba la Misa del Gallo que era precedida por dos más y la última terminaba a las doce de la medianoche. Recuerdo que antes de ir para la cama nos tomábamos un chocolate caliente acompañado de pan, pero ya antes, habíamos tenido una cena especial, acompañada de lo que llamábamos “la fundita” que nos entregaban el día de Nochebuena, en Año Nuevo y Reyes. Esto era una funda con dulces y frutas de la temporada.

Detonábamos los fuegos artificiales (nombre que nunca me ha convencido porque queman igualito a los otros). También para esa época nos daban vacaciones y podíamos reintegrarnos a nuestros hogares hasta el día de Reyes, pero, por lo regular, yo permanecía allí.

Se hacía la velada donde había una escenificación del Nacimiento y salíamos a visitar los belenes de las iglesias y de otros planteles educativos. Esos días los vivíamos a intensidad, tanto por el sentido cristiano como por el festivo.

Para mí, fueron las navidades más hermosas que he celebrado.