Recuerdos infantiles de La Bohemia

Recuerdos infantiles de La Bohemia

   En  abultados álbumes cargados de discos de vinilo, sobresalían, necesariamente, gruesas cantidades de árias operáticas. Me parecía que la ornamentada Victrola o Electrola de mi padre los acogía con cariño, contraponiéndose a los discos de Daniel Santos y otros cantores populares, que no carecían de poesía (“los aretes que le faltan a la luna, los tengo guardados para hacerte un collar” (…) “cuando yo pienso que la voz dura tan poco, me vuelvo loco y me duele el corazón…”.

   Pero cuando resonaban en casa los astros del “bel canto”, que no voy a mencionar por evitación de olvidos momentáneos, entonces se abría un panorama que, sin que pudiese explicarlo, me arropaba.

   Sin saber italiano, me estremecía la exquisitez de “Recóndita armonía” o las      confesiones descarnadas y terribles de Scarpia en “Tosca”.

   Luego, un obrero culto de la imprenta paterna me habló de las “Escenas de la vida Bohemia” de Henri Murger y me recomendó leer esa obra que había impactado a Giaccomo Puccini hasta el punto de llevarlo a escribir una ópera.

   Para mí, una de sus mejores obras.

   Por razones de salud cuando recientemente se presentó La Bohemia en el Teatro Nacional me vi obligado a  permanecer en casa, pero pude disfrutar la magnífica transmisión que, en vivo, realizó la televisión estatal, obviamente bajo la guía de un experto. El manejo de cámaras, luces y efectos generales fueron perfectos y no inferiores a los trabajos realizados por equipos de primera línea, en los cuales participé, mayormente en Estados Unidos.

   No soy, ni quiero ser, crítico de arte. Ya basta con ponerse de pie ante un público y una orquesta sinfónica atenta a  cualquier error, por mínimo que este sea. En cierta ocasión un eminente concertista europeo me dijo, entre risueño y quejoso, que los solistas solo tienen dos “enemigos” implacables: “El público… y la orquesta”.

  “La bohemia” de Puccini demanda una variedad de sensaciones… se trata de una vida libre, aunque atacada por carencias vitales: falta de calefacción en invierno, sin pan, sin vino, sin  queso ni caldos restauradores.

    ¿Las habré vivido yo alguna vez?

     Porque las siento muy mías. Aquel cielo de París bajo el que se desarrolla la obra, el gris de los miles de chimeneas humeando calor en las habitaciones de la extensa ciudad. Las carencias, las volanderas alegrías, los caprichos del amor y su fragilidad.

   Yo viví sensaciones atemporales. Tal vez inexplicables. Pero, tal vez, como en mi caso, abran misteriosas puertas.

   Hacia el recuerdo de lo irrecordable.

   Viviendo en París, busqué y perseguí el ambiente de La Bohemia. Encontré buhardillas y pobrezas. La extraña mezcla de regocijos y desenfados, de miseria y de libertad, de las pequeñas alegrías y las inconsolables desesperanzas.

    Las representaciones de “La Bohemia” aquí fueron excelentes. Los cantantes-actores se mostraron dueños de sus altas capacidades. El maestro Molina, director titular de la Sinfónica Nacional, mostró, nuevamente la fuerza de su musicalidad y la convincente compacticidad en la oferta de un mensaje musical auténtico.

   Felicitaciones y gracias a todos cuantos intervinieron, desde los más altos niveles (aspecto económico, movimiento escénico, escenografía, vestuario, detalles de época) hasta los que aparentan ser menos importantes.

   Que nunca lo son.

    A todos ellos ¡Enhorabuena!

Publicaciones Relacionadas

Más leídas