Recuerdos policiales

Recuerdos policiales

He tenido y tengo cierta obsesión por el significado primario de las palabras. Policía, basado en su origen griego, significa cortesía, derecho de los ciudadanos. Conducta gentil y útil a la sociedad. 

      Pero la agrupación que tenemos, de gente armada y dotada de “fe pública”, (lo que dicen es “la indiscutible verdad”), continúa sacando confesiones de culpabilidad a fuerza de terribles palizas ejecutadas sobre el grosor de una Guía Telefónica, de técnicas de ahogamiento aproximado, como las practicadas por los viejos piratas y contrabandistas norteamericanos en aguas del Sur.

     Siempre me han interesado los policías. ¿Esperaba encontrar vestigios de lo que refiere la historia –y no creo que esta mienta–  acerca de que su labor era la de mantener una conducta protectiva de los ciudadanos?

   No sabría decir.

   ¿Nostalgia? ¿Esperanza?

   Me enteré de que junto al despacho del Jefe de la Policía Nacional (hace años) existía una habitación insonorizada donde se efectuaba la tortura del “pollo al carbón” (mejor desconocer detalles).

   ¿Quién, bajo tal tratamiento, no confiesa haber asesinado al Mahatma Ghandi, al presidente Kennedy y hasta ser el verdadero matador de Luther King, por no restringirnos a los crímenes políticos nacionales, que permanecen adormecidos bajo los efectos de un opio de miedo y de aceptación de que la injusticia es indoblegable, incorregible e inevitable.

   Pero la Policía puede ser otra cosa.

   Es aquella que idearon los sabios griegos del pasado. Es ayuda, es confianza, pero ya eso está lejos y distorsionado.

   Hoy, policía significa corrupción.

    Aquí y allá. Dependiendo de la vigilancia de los jefes… y de que sus recomendaciones  y decisiones sean acatadas.

   ¿De qué sirve un jefe si no manda?   

   La Policía no puede  –o no debe– ser el refugio de los desesperados. Ha de ser una profesión respetable, enterada de los nobles motivos que le dieron origen.

He conocido oficiales de bajo rango con todo el equipo humano para ser encargados de sensitivas funciones. Han abandonado la “institución”  para ofertar su decencia a entidades que los valoraran como útiles a propósitos nobles y no a la perdurabilidad de las injusticias.

  Necesitamos más policías, pero muy diferentes a los que tenemos. Un sargento no puede honradamente lucir cadenas y guillos de oro, alardear de beber con cierta regularidad whiskeys de doce años de envejecimiento. Incluso un oficial superior no gana para usar relojes Rolex de oro,  plumas Montblanc auténticas y circular en un yipetón moderno y ostentoso… beneficios que suelen extenderse a “amigas” ocasionales.    Creo que el nuevo jefe de la Policía debería indagar la vida de sus subordinados y demandar que se ajuste a sus ingresos explicables, lo que requiere un salario digno. Y una supervisión.  

Cuando yo vivía en Londres como Agregado Cultural, estaba radicado en un barrio de clase media. A poco de ocupar mi cargo, se presentó a la puerta un policía a decirme que ese era su vecindario, y que estaba a mis órdenes. Me invitó a su apartamento, donde vivía modesta y confortablemente.

Aspiro  a que nuestros policías puedan mostrar cómo viven.

Con orgullo y decencia. 

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