Tras llegar a cotas altas que mostraban notable incapacidad del sistema de salud para proteger vidas de madres y recién nacidos, índices recientes muestran disminución de decesos de un 31% y un 25% respectivamente bajo certificación del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef). Los registros negativos en ese orden venían aproximándose a los de países con más bajos números de alumbramientos en hospitales materno-infantiles y sus similares. La fragilidad en los trances de nacer, en estas yotras latitudes de bajo nivel de desarrollo económico y social, está relacionada con precariedades o ausencia de controles prenatales y deficiencias en el desempeño asistencial.
Se trata de recursos humanos que fallan en la aplicación de protocolos y se combinan con desabastecimientos que bajan la calidad de servicios en los hospitales. Se ha permitido además que creciera en consecuencias negativas para una población muy numerosa la ausencia de la Atención Primaria como acceso fácil a los auxilios profesionales que pueden lograr efectos preventivos en embarazadas de bajas condiciones económicas y de instrucción. Entre ellas abundan las adolescentes; niñas y casi niñas que el Estado no ha logrado rescatar de la indefensión con amplitud de intervenciones y recursos hacia los sectores más desvalidos. Las buenas nuevas estadísticas alientan y deben permanecer como tendencia.
Exceso de vida entre los muertos
Una embestida de caos irreverente niega paz a los difuntos del mayor cementerio de Santo Domingo, Cristo Redentor, cruzado libremente por vehículos de pasajeros y carga y ofensivos motocicletas. El desorden de tráfico en el que usualmente viven los capitaleños vivos cruza fronteras para agredir también a los capitaleños muertos. El concepto de camposanto que llama a tratar con respeto a los antepasados sufre destrozos por la permisividad de autoridades que hace posible la mezcla de sepulturas con la procacidad de maquinarias de mala imagen y peor conducción.
Lo de línea divisoria para que «descansen en paz» es pura teoría; cunde por sus fueros el desparpajo de gente que aprieta aceleradores y llena de chirridos, frenazos y estallidos de tubos de escape la atmósfera entre tumbas. No hay verja que frene la grosería rodante.