Reducción de pobreza y desigualdad

Reducción de pobreza y desigualdad

Eduardo Klinger Pevida

En América Latina, pocos años atrás, se registraron éxitos notables con políticas de reducción de pobreza. Algunos supieron aprovechar el boom de precios altos de sus productos aplicando programas dirigidos a sectores marginados. Sin embargo, sus sociedades se mantuvieron profundamente desiguales. Cambiar la desigualdad es otra cosa. Si se varían los niveles de desigualdad con seguridad se va a reflejar en contracción de la pobreza pero una reducción de la pobreza no implica que se haya mejorado la distribución de la riqueza. Tan solo se han dedicado más recursos a satisfacer necesidades perentorias de la población. América Latina sigue siendo la región más desigual del mundo. En tanto una minoría absoluta de la población absorba la mayor parte de la riqueza nacional se vive en un escenario insostenible e inmoral.

Es inmoral porque para modificar la desigualdad no hay que inventar nada. Todo el herramental está a disposición. Cualquier gobierno sabe lo que tendría que hacer pero, si tuviese la voluntad y disposición de hacerlo – sabe también a qué se tiene que enfrentar. Las clases superprivilegiadas, beneficiadas de lo desigual, le van a hacer la existencia imposible con capacidad incluso para derrocarle y si el Gobierno tuviese el valor de enfrentarlas vendrán las acusaciones de dictaduras, populismo, etc. con amplio apoyo internacional, incluso de aquellos que claman por combatir la desigualdad. Reducir la desigualdad implica modificar la estructura impositiva, perseguir y castigar la evasión, promover la formalización del trabajo, aumentar el salario y aplicar mecanismos de transferencia adecuados. Una fórmula explosiva para estas naciones que una vez llamaron “Tercer Mundo”. No es nada pecaminoso ni diabólico lo que se haría, es exactamente lo que hacen los desarrollados y, en buena medida, por eso han alcanzado sus niveles actuales, además de otros privilegios de que gozan del orden internacional.

La desigualdad extrema genera marginación y pobreza y esta, de por sí, puede conllevar una carga explosiva. No es de sorprender que el profesor e historiador Walter Scheidel, de la muy famosa Universidad de Stanford, entre las más elitistas estadounidenses, acaba de publicar un polémico libro – “El gran nivelador: Violencia y la historia de la desigualdad…” – en el que asegura que el análisis histórico demuestra que la desigualdad solo se arregla con hechos violentos. Es un criterio extremo que bien se puede evitar en tanto los extremadamente privilegiados lo entiendan, puede ser efectiva pero no preferible. El problema no es nuevo y se han planteado por siempre propuestas más o menos extremas. Desde hace mucho se ha planteado aplicar impuestos de hasta 100% a salarios altos. Franklin D. Roosevelt ¿socialista? era partidario de ello. Jeremy Corbyn, hoy líder laborista británico, defiende imponer un tope legal a los salarios altos. Otros hablan de un límite a la diferencia entre los que más ganan y los que menos en una empresa.
La desigualdad, se sabe bien, no es solo un riesgo político sino también para la eficiencia económica.

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