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Carolina del Norte, EE.UU. AP. Después de los ataques del 11 de septiembre, decenas de miles de jóvenes, hombres y mujeres, se unieron a las filas militares y fueron enviados a las escarpadas montañas de Afganistán y los áridos desiertos de Irak.
Muchos de ellos son oficiales en el ejército con múltiples despliegues en combate en su foja de servicio. Pero ahora que las guerras comienzan a apagarse y los presupuestos del Pentágono se reducen, a muchos de ellos se les ha invitado a dejar el servicio.
Es muy doloroso y frustrante. En conversaciones veladas tanto en Fort Bragg en Carolina del Norte como Fort Eustis en Virginia, los capitanes hablan sobre las nuevas preocupaciones después de emplazamientos de 15 meses durante los cuales se enfrentaron a insurgentes y fueron testigos de explosiones a ras de camino que mataron o mutilaron a sus compañeros.
Esperan nerviosamente mientras su destino está en las manos de juntas de evaluación que quizá solo lean sus fojas de servicio unos cuantos minutos antes de tomar decisiones que pueden poner fin a sus carreras. Durante los peores años de las guerras, el ejército llegó a tener 570,000 efectivos, ya que los comandantes se esforzaban para formar brigadas de combate y unidades de respaldo para combatir en Irak y en Afganistán.
