Reelección y transición democrática

<p>Reelección y transición democrática</p>

CARLOS AMARANTE BARET
La consolidación del régimen democrático en nuestro país es una tarea pendiente. La debilidad política de la clase económicamente dominante propició el vacío necesario para ser sustituida en el ejercicio del poder por el liderazgo autoritario de Balaguer o el de las diferentes capas de la pequeña burguesía organizada en el PRD y el PLD, imprimiéndole cada uno su sello a la construcción de las instituciones democráticas.

¿Por qué no hemos podido construir una verdadera democracia? Lo atribuyo a tres razones: 1) nuestro “capitalismo tardío”; 2) estamos anclados en la “primera transición”; y 3) al penoso papel de la pequeña burguesía.

Ajusticiado Trujillo, el escaso desarrollo capitalista se reflejó políticamente en la incomprensión de los sectores económicamente fuertes frente al gobierno de Juan Bosch. Incapaces de entender que los cambios propuestos por él en 1963 iban en la dirección de instalar y fortalecer un sistema democrático que estimulara el desarrollo de la producción y el consumo nacional al mismo tiempo que se avanzaba en el área social e institucional, los llevó a la fatídica conspiración del 25 de septiembre, alimentada por los EEUU, cuyo resultado fue la Guerra de Abril de 1965. El escaso desarrollo económico y político de la élite antitrujillista dio al traste con la Constitución del 63, la más progresista de nuestra historia.

Con la llegada de Balaguer al poder en el 1966 se instaura un modelo político autoritario y centralizador basado en el personalismo cuya expresión fue la figura de la reelección para garantizarle su continuidad. Sus 22 años de gobierno hicieron de las instituciones una caricatura.

La llegada del PRD al poder en el 1978 animó a los liberales respecto de la transición del modelo autoritario a uno de consolidación de las instituciones democráticas. Gran frustración. En los 8 años, salvo la libertad de los presos políticos, el regreso de los exiliados y el respeto relativo de las libertades, ésta no se consumó, al contrario, su pésima gestión creó la base para el regreso de Balaguer. Justo es reconocer que los presidentes Guzmán y Jorge Blanco no hicieron uso de la reelección vigente en la Constitución.

El modelo autoritario hizo crisis en el 1994 cuando a raíz del fraude electoral contra Peña Gómez, se realizó la reforma constitucional de agosto. Además de otras reformas pactadas, la No Reelección se estableció como eje cardinal de la misma. Por primera vez en mucho tiempo, los actores principales de la sociedad pactaban el surgimiento de nuevas instituciones y restablecían una conquista de la Constitución de Bosch.

¿Cómo se explica que 8 años después, el PRD fomentara una contrarreforma constitucional? La única explicación reside en el carácter pequeño burgués de la mayoría de los miembros de ese partido que pretendieron eternizarse en el poder a través de Hipólito Mejía, que gustoso se prestó a restablecer la reelección.

Lo que los autores Schmitter y O’Donnell denominan “la segunda transición”, que no es más que el “efectivo funcionamiento y consolidación de las instituciones democráticas” (Flavio Darío), aún no la hacemos. Instituciones fuertes, no las tenemos. Al contrario, los pocos avances institucionales logrados parece que los echaremos por la borda, sobre todo si los sectores reeleccionistas del PLD avanzan en su plan de convencer al doctor Fernández de que haga uso de una reforma constitucional espuria hecha a “espaldas de sus ciudadanos” como afirmara el Presidente.

Si no hubo “consenso” (Sartori) para implementar la reforma del 2002 y no ha habido discusión en el PLD para ponernos de acuerdo acerca de la reelección restablecida (en 8 programas de gobierno del Partido está la No Reelección consecutiva) ¿con cuál cara salimos a decir que ésta es positiva para la nación?

Si como consecuencia del continuismo malogran en el fango de un tercer período el liderazgo de Leonel o propician el regreso del PRD al poder, los reeleccionistas no tendrán excusa y serán responsables de la desgracia que se cierne sobre la República: un nuevo retroceso en esta larga transición democrática que no termina, por culpa una vez más, entre otras razones, de la miopía política de algunos sectores de la pequeña burguesía.

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