Reelección a la criolla y algo más

Reelección a la criolla y algo más

Creo que a ningún dominicano que haya tenido la oportunidad de ser un observador atento del comportamiento de la historia política del país post Trujillo puede sentirse extrañado por el uso de los recursos del Estado por parte de quienes, desde el gobierno, impulsan el proyecto reeleccionista, ni por la participación activa de importantes figuras militares endosando este proyecto.

¿Por qué no debe haber extrañeza ante estos hechos? Porque a) la lógica reeleccionista en la República Dominicana conlleva, según mi opinión, el uso de los recursos públicos y b) porque el déficit institucional del país es ahora más grande que nunca y no son pocas las instituciones afuncionales.

Esta administración se ha regido, en materia política, con un esquema de engaño muy bien concebido, el cual ha sido puesto en marcha desde muy temprano. La ejecución “exitosa” de este esquema ha sido posible por el carácter

afuncional de la opinión pública dominicana. Y digo esto porque ha habido denuncias y análisis de/y a través de importantes medios de comunicación sobre los pasos que importantes figuras del gobierno han dado aparentemente al margen de la línea oficial, pero nada ha pasado.

Todos recordamos como se decía, una y otra vez, que el Presidente Hipólito Mejía no iría a la reelección presidencial. Era una táctica paralela: mientras se mantenía este discurso reguindao sobre la credibilidad del jefe del Estado, los funcionarios miembros del círculo más intimo, los del sanedrín político, operaban desde el famoso PPH para crear las condiciones con vistas a una repostulación.

Nadie sabe a ciencia cierta cuántas veces el Presidente Mejía dijo ante el país que él no tenía intenciones de repostularse. Más todavía: llegó a considerar la reelección como la madre de todos los males de esta atribulada nación caribeña. Tanta era la energía que ponía a sus palabras y tanta la seguridad que mostraba, que en su partido, el PRD, sólo Hatuey Decamps no pecó de ingenuo para creer sus argumentos. Después, todos decían que daban crédito a las palabras del jefe del Estado.

Después vino el engaño de la reforma constitucional. El liderazgo político nacional, las principales organizaciones d de la sociedad civil, juristas de renombre y las iglesias cristianas fueron puestos de mojiganga. Los convocaron para preparar un proyecto de reforma a la Constitución de la República para luego engavetarlo y enviar al Congreso Nacional lo que les pareció al Palacio Nacional y al PPH y cómo les pareció.

Así consiguió el proyecto reeleccionista la modificación constitucional que necesitaba.

Los perredeistas tendrán otras historias que contar, sobre todo los que aspiraban a la candidatura presidencial: los Hatuey Decamps, Enmanuel Esquea, Milagros Ortiz, Rafael Abinader, Rafael Flores Estrella, Fello Suberví Bonilla y Ramón Alburquerque.

Si mal no recuerdo creo que solo Flores Estrella y Decamps se dieron cuenta que los tomaban de tontos y rehusaron participar en encuentros donde estuviera la gente del PPH.

Ahora todos contemplan el uso abierto, desenfadado casi siempre y enmascarado en algunas ocasiones de los recursos del Estado en labores cuyo objetivo básico es promocionar las aspiraciones continuistas del ciudadano Presidente de la República. Tal y como se ha hecho cada vez que desde el poder se ha querido permanecer en el poder.

La democracia dominicana, lo que llamamos democracia dominicana, no ha alcanzado todavía una madurez institucional tal que imposibilite que un equipo de gobierno maneje los resortes del poder y los recursos públicos a voluntad, como si se tratara de una cuenta personal, de una finca de su propiedad o de unos bienes que ha recibido en herencia.

Incluso, altos oficiales que por apego a la Constitución de la República no deberían hacer pronunciamientos comprometidos políticamente, han estado hablando aquí y allá, sin miramiento alguno, sobre la bondad del proyecto continuista del Presidente Mejía. Unas veces lo han hecho de forma desnuda y otras bajos mantos ceremoniales, como si la opinión pública pudiera ser engañada.

Así son las cosas, podría decirse de forma resignada, en una nación donde la democracia sigue siendo un proyecto anhelado, una meta hacia la que todavía hay que caminar un largo trecho. Nos faltan demócratas dentro de los partidos, dentro de los medios de comunicación y dentro de las instituciones cívicas. Y, por supuesto, faltan instituciones funcionales cimentadas en valores democráticos.

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