Muchos de mis amigos me tildaron de iluso. No podían aceptar que hablaba en serio cuando enfatizaba, frente a sus poderosos argumentos, que Leonel Fernández no se repostularía. Que no buscaría la reelección. Era demasiada manifiesta su intención, demasiado su evidente empeño, traducido en hechos y actividades políticas, para pensar que mi percepción no era equivocada y que sólo a un ingenuo se le ocurría sostener lo contrario.
De mi parte, yo razonaba colocándome en su piel, apoyado en una sentencia que confidencialmente me confiara Da. Carmen a propósito de un proyecto para honrar la memoria de Don Juan haciendo de la plazoleta vecina a su tumba, un espacio arquitectónico, turístico, recreativo y cultural donde su obra fuera exaltada y conocida por dominicanos y extranjeros, trillando el Camino Real de su vida y sus cuentos poéticamente recogidos en una Gaviota remontando vuelo. En esa ocasión Da. Carmen, conocedora de las pasiones y las bondades del alma humana, y del esfuerzo hecho para lograr el apoyo decidido su discípulo y mi decepción frente al fracaso, me dijo lo siguiente: Luis, no te desesperes. Leonel es muy frío, una persona calculadora. Hará las cosas en su momento, cuando mejor le convenga. Palabras que conservo grabadas en mi memoria para que el corazón no me traicione.
Mas no era la bondad de Leonel ni mi propio corazón lo que me inducía al convencimiento de que el Presidente de la República no aceptaría una tercera repostulación sino su sagacidad política. El conocimiento cierto de que terminado su segundo mandato con un gobierno en baja, su halo personal disminuido y su capacidad de maniobrar agotada frente a la lucha emprendida por la legalidad, la transparencia y contra la corrupción de un pueblo hastiado de derroches y promesas y colmado de necesidades, era lo que convencería a Leonel, en el momento oportuno, de que lo mejor para él, para su partido y para la nación, en ese orden, era desistir de todo intento de reelección.
Nada perdería y mucho ganaba con un buen discurso maquiavélico como el pronunciado la noche del viernes 8 de abril. Así lo plasmaría en mi artículo aparecido en el periódico Hoy, el 19 de enero, 2011: Leonel declinará su repostulación. Declarará que, por encima de todo, está la Constitución que juró respetar. Su prestigio subirá como la espuma. En el imaginario popular, su figura se acrecentará, al igual que en su propio partido y en el plano internacional. Podrá elegir a su sucesor, mostrándole dos millones de firmas. Su poder real. Le será divertido seguir jugando; ver cómo, después de todo, la banca pierde y se ríe.
Se va Leonel, pero no con las manos atadas. Entregará a su sucesor un regalo envenenado. Con un lavado de cara, los males ancestrales no hallarán remedio. Globalizados y autóctonos, marcados por la insolidaridad, la incompetencia, permisibilidad y complicidad de gobiernos ineptos, con mamá o con papá, con Danilo o sin él, encaramados en un sistema clientelista, rentista y patrimonialista, corrupto propio de un Estado que supura incapacidad por todas partes, todo continuará igual. El cambio es otra cosa.