El Observatorio Político Dominicano, adscrito a la Fundación Global, Democracia y Desarrollo, acaba de hacer un valioso aporte con su estudio sobre el Congreso Nacional, pues contiene datos sobre ese poder del Estado que invitan a una reflexión sobre su papel en la democracia dominicana, que se autodefine representativa. Y lo primero que evidencian, de manera inquietante, los datos de ese estudio, es que la reelección hizo metástasis en ambas cámaras legislativas, pues el 53% de nuestros congresistas se ha reelegido entre dos y siete veces, sin contar, desde luego, a los que piensan reelegirse en el 2016 gracias al acuerdo que evitó una crisis divisionista en el PLD como consecuencia de la modificación constitucional que posibilitó la repostulación del presidente Danilo Medina. Por eso tenemos un Congreso que envejece progresivamente elección tras elección (la edad promedio de sus miembros pasó de 45 a 54 años), que además reduce significativamente las posibilidades de postularse a jóvenes menores de 35 años, a los que se coarta su derecho a ser elegidos. Y como no existe una edad límite para que nuestros congresistas se jubilen, ni tampoco interés en limitar la cantidad de veces que una persona puede optar por un cargo legislativo, por el camino que vamos muy pronto tendremos un Congreso integrado por ancianos desfasados legislando para una sociedad integrada mayoritariamente por jóvenes. ¿Qué clase de democracia tendríamos entonces? Da grima de solo pensarlo, aunque gente habrá a la que no le guste pensar en esas cosas para no perder el sueño o, simplemente, porque prefiere seguir anestesiada con la idea –falsa de toda falsedad– de que a los políticos les interesa resolver los acuciantes problemas que agobian a la sociedad dominicana.