MARTHA PÉREZ
En la presente coyuntura política de la República Dominicana, desde el pasado período gubernamental del PRD con Hipólito a la cabeza, el término reelección ha sido causa principal de divisiones intrapartidarias, del surgimiento de nuevos partidos y movimientos sociales que han procurado promoverse como negación de la reelección; y ha sido también el motor de una especie de conjura contra el presidente Leonel Fernández, en sus legítimas aspiraciones de repostularse para un nuevo período presidencial. Eso ha contrastado con la censura desmedida de sectores de la oposición, radicalizados con anteojeras puestas, que no se han detenido a analizar los distintos motivos de la reelección en la historia política de nuestro país.
De este modo, hemos visto cómo se ha hecho referencia de las nefastas experiencias de los gobiernos de Buenaventura Báez, de Joaquín Balaguer, indistintamente, y sus pretenciones reeleccionistas. Pero no hemos visto que se haya hecho referencia de un análisis de los motivos reeleccionistas de las coyunturas políticas de entonces. El primero, al verse fracasar en sus gestiones anexionistas, se dedica a concertar préstamos con compañías extranjeras de capital privado, a cambio de ciertas zonas del territorio dominicano, utilizando todos los medios posibles a su alcance para enriquecerse a sí mismo y a los de su clase. Esto era parte de su política para mantenerse en el poder.
Balaguer, el viejo caudillo y zorro de la política, quien supo manejar con extraordinaria habilidad los sectores militares, se empeñaba en justificar sus sucesivas reelecciones a la Presidencia; era parte esencial de su táctica. Una cosa es el continuismo y otra la continuidad. El continuismo equivale a la detentación arbitraria del poder con o sin consulta electoral, por varios períodos presidenciales. Continuidad, por el contrario, equivale al mantenimiento de una labor de gobierno durante el lapso históricamente necesario para que esa obra pueda fructificar y constituir una aportación provechosa en del desarrollo del país, o un paréntesis de proyecciones relevantes en la vida de una nación. Así respondió el líder reformista a las críticas de sus opositores sobre sus planes reeleccionistas, en su discurso del 29 de abril de 1970. Partiendo de la interpretación de esta expresión, y de no haberlo conocido en la mayoría de sus prácticas políticas, alguien, de sus opositores, pudiera haberle aplaudido la continuidad.
Leonel ni aspira al continuismo ni a la continuidad en el contexto del líder de la Filosofía Política de la Revolución sin Sangre. Sus motivaciones son otras muy diferentes a las que se le pretende asociar, y no sólo son valuables por él sino por una considerable mayoría, tanto en el plano nacional como internacional, que ha estado atenta y vigilante al devenir de los procesos del pasado reciente en América Latina y el Caribe; y su incidencia en y desde la otra América. Y en especial al acontecer progresivo en la República Dominicana, en unos u otros aspectos.
Para entenderlo no más, talvez sin justificarlo, porque la realidad no amerita justificación, cabe preguntarse: ¿Cómo estaba el país y la nación en el año 2004? Y, comparativamente ver, a manera de reflexión, cómo estamos hoy. Obviamente, en la participación de las soluciones que los problemas exigen a quienes por controlar los destinos del país están en capacidad de solucionarlos.
La popularidad, el liderazgo y el carisma como figura presidencial en niveles alcanzados por Leonel Fernández, evidencian que no existe en la presente coyuntura otra figura política, presidenciable, capaz de aglutinar la simpatía del electorado y de seguir y reorientar el cambio por el que se enrumba el país
Ciertamente algunas políticas sociales deben ser reorientadas, lo ha reconocido el propio Presidente Fernández y muchos de los principales funcionarios gubernamentales.
El desgaste de ciertas fuerzas políticas, las debilidades de unas y las fortalezas insostenibles o no capitalizadas en el tiempo de otras, hacen aún más vulnerable nuestro sistema de partidos, de cara el venidero proceso electoral, a sólo ocho meses.
La hechura de candidatos presidenciales, a base de la opulencia, de la ambición, de la compra vulgar de simpatías, sin discursos, a no ser el uso del verbo atropellante que incita a la violencia.
Y el horizonte global que marca un cambio, hacia el cual podrán avanzar solo los experimentados de la política, en la confianza, en el ejercicio del poder con gobernabilidad democrática, por una sociedad más justa, con oportunidades de participación, con equidad, por el desarrollo humano y la paz. Estas y otras motivaciones, reales, pueden entenderse para que en la presente coyuntura política los dominicanos y dominicanas veamos al presidente Leonel Fernández como la única forma de seguir el camino conocido sin perder el horizonte. Y no tener que cruzar el puente roto, caer de nuevo al vacío y perderlo todo. ¿Repostulación, reelección!? sí, pero el propio candidato ha demostrado que sus motivaciones son totalmente diferentes.