El Gobierno debe tirar para atrás los 1,105 millones de dólares de deuda que se vence en el 2020. Pasarla al muy largo plazo, renovarla rebajando su costo financiero para reducir el esfuerzo de las finanzas públicas para pagarlos.
Hacerlo consciente de varias cosas. Que el mundo afronta un fin de ciclo, en el que han pasado los mejores momentos de altos ritmos de crecimiento de la economía global, y que se inicia otro de poco avance y muchas dificultades. Los hechos son contundentes, con malas artes nuestro competidores en el turismo del Caribe nos restaron ingresos de divisas y crecimiento del PIB, desaceleran las exportaciones por el pleito de aranceles Trump-Xi Jinping, que negociadores acordaron reducir por etapas pero que horas después Trump negó. Es evidente la división de pareceres en la Casa Blanca, no se sigue una estrategia consensuada para enfrentar a China, Trump no ha ganado ni una sola batalla.
El nuevo ciclo podría caracterizarse por poco crecimiento, inflación y aumento de los tipos de interés, porque al pleito de tarifas se suma que Trump ha aumentado la deuda en 16%, hasta 23 billones de dólares, por mal manejo del presupuesto federal, este año podría terminar con déficit de 5.6% del PIB.
Para comprender las consecuencias del cambio de ciclo revisemos hechos en la historia. El déficit federal y la inflación desestabilizaron la economía global en 1971, junto al aumento de los tipos de interés se llevó el sistema de cambio Bretton Wood, contagiando a todos los países y provocando lo que se conoce como la Gran Estanflación en 1973 y 1974.
Nuestra economía pagó un alto costo que ahora debemos evitar conteniendo el déficit y reduciendo la deuda, lo que pasa por la reforma tributaria en profundidad que debe consensuarse antes del 16 de agosto de 2020. Es necesario recaudar más sin subir tasas, sino aumentando las bases impositivas, nuestra presión fiscal es 10 puntos inferior a la media de la Región y la economía sumergida supera la media de países de la OCDE.
Mientras tanto se debe refinanciar la deuda que vence en 2020, aprovechando las buenas condiciones financieras en los mercados de capitales, y por los siguientes motivos. Uno, los inversores tienen confianza en la economía dominicana; dos, hay mucho dinero ocioso en el mercado internacional; tres, los intereses no pueden ser más bajos; cuatro, los inversores se conforman con menos rendimiento, en ocasiones la deuda de muy largo plazo cae por debajo de deuda a uno y dos años.
Y cinco, la prima de riesgo que pagamos se ha mantenido estable, lo dice el sobreprecio exigido al bono dominicano a 30 años, el rendimiento en el mercado secundario, el de segunda mano, ronda 6.50%, y como el bono estadounidense la semana pasada rendía 3.14%, por el préstamo pagaríamos una prima de 336 puntos básicos.
No hay que dar más vuelta a la tuerca, emitiendo bonos a 30 años se debe alargar el plazo de la deuda que vence en 2020, contribuiría a reducir el costo medio de la deuda total en dólares y liberar fondos de los RD$149,993.5 millones (US$2,800 millones) comprometidos en el presupuesto público para pagar los intereses en 2020.