Dentro de la extensa gira mundial de la Sinfónica de Cincinnati -más de tres meses de viajes continuos-, la ruidosa aeronave tocó tierra en el aeropuerto de Bombay, en la India, pasada la medianoche. Una comisión oficial rodeó al centenar de músicos fatigados y nos colocó densas guirnaldas de flores fuertemente perfumadas. Bromeamos: “¿Llegamos a Hawai?”. No, resulta que tales aromas estaban destinados a ocultar o disminuir el apestoso ambiente de la ciudad.
Fuimos trasladados a un inmenso hotel construido por los ingleses al más severo estilo isabelino frente a la monumental Gate of India, frente al Ganges, sin que perdiera un ápice la radiación imperial que todavía poseía.
Cansancio, hastío, algo de un miedo que extrañamente no habíamos sentido en callejuelas de Hong Kong y zonas del Medio Oriente. ¿Por qué?
Temprano se presentó al hotel un solemne señor, preguntando por mí, el dominicano de la orquesta. Por extraño que pueda parecer, el más importante diario de la mañana mencionaba mi presencia, avalada por una foto. Resulta que el impactante señor era un millonario indio que había sido nombrado, años atrás, cónsul general de la República Dominicana en Bombay.
Me invitó a desayunar en su mansión y, estando aún en su imponente Rolls Royce, me contó cómo supo de nuestro país y sus maravillas.
Es que estando de vacaciones en Cannes, -Francia, Côte d’Azur- en 1954, sentado en el comedor que está en una terraza baja, observó a un señor que descendía por una larga escalera que conduce desde las habitaciones del hotel al lobby. Iba erguido, elegantemente trajeado y sin mirar los escalones. Le impactó al punto de indagar quién era tal personaje… ¿un rey, un príncipe?
Le informaron: “Ese es el Generalísimo Trujillo, prácticamente dueño de una gran isla en el mar Caribe, junto a Cuba”.
-¡Ah…! Tengo que conocerlo -dijo-. Y resueltamente se dirigió a la mesa donde estaba el extraordinario personaje. Se presentó y Trujillo lo puso al tanto de las maravillas de su patria, los paisajes encantadores, la paz y alegría en que vivían sus habitantes… vamos… el paraíso terrenal. Finalmente, le ofreció nombrarlo cónsul en Bombay, donde su nuevo amigo era un potentado.
Para su sorpresa, al regreso a la gran ciudad india encontró su nombramiento, que cuando nos conocimos aún conservaba enmarcado en una elaborada pieza de marfil y oro, junto a una imponente foto del gran personaje de las remotas tierras caribeñas-.
Trujillo en Bombay. ¡Vaya sorpresa!
Lo inexplicable es que en tiempos en que no existían los medios electrónicos de hoy, como la instantaneidad del Internet, el jerarca indio obtuviera con tal presteza mi foto y datos dominicanos, haciéndolos publicar, indudablemente movido por la gratitud de que, años atrás, un temible y teatral mandatario del Caribe lo sedujera con una indiscutible personalidad magnética.