Somos un país con tantas debilidades económicas y sociales, que para la mayoría de las familias se convierte en una encrucijada, no solo subsistir cotidianamente, sino incluso preparar a los hijos para que puedan asistir a las escuelas públicas y también algunos a colegios privados.
A pesar del progreso que solo han alcanzado algunos sectores privilegiados, más de la mitad de la población percibe ingresos por debajo de los 10,000 pesos mensuales, pero dentro de esa mayoría hay muchos que realizan actividades que no les permite alcanzar ni siquiera esa suma, sin mencionar los desempleados, por lo que no solo se les hace difícil subsistir, sino además comprar libros, mascotas y ropa para que sus hijos asistan a las clases.
No se trata de una exageración, pues la mayoría de la gente, incluso dentro de los segmentos sociales que tienen remuneración en las escalas salariales superiores a los 10,000 pesos mensuales, pero que han tenido que enviar sus hijos a colegios privados, dotarlos de las herramientas exigidas por los centros educativos, se constituye en una tremenda pesadilla.
Eso refleja que somos un país de gente pobre y con riquezas mal distribuidas, a pesar de lo que el gobierno y algunos sectores minoritarios exhiben, porque no somos capaces de brindarle a la sociedad entera la oportunidad de que los hijos puedan asistir a sus clases sin que ello represente un dolor de cabeza y un rompimiento con la estructura salarial.
Nuestro sistema, a pesar de que en algunos aspectos muestra indicios de crecimiento, lamentablemente no es justo ni equilibrado, sino con tendencia a lo inhumano. El progreso ha sido para las minorías; el crecimiento para fines políticos; los proyectos y las obras para enriquecer unos cuantos, pero no para que todas las personas vivan mejor y puedan desarrollarse plenamente.
Es cierto que el capital es necesario y la riqueza puede propiciar desarrollo, pero eso no es lo que está ocurriendo, porque mientras pasa el tiempo, son más las personas que se alejan de los bienes y servicios requeridos, y mayor es la distancia que se crea entre los que tienen mucho y los que no tienen nada.
Esto es el reflejo de que tenemos un sistema político injusto e inhumano, en el que la mayoría no tiene ni siquiera con qué enviar a sus hijos a las escuelas, sin que ello represente un recorte en sus exiguos ingresos y los obligue a endeudarse comprando a crédito o solicitando adelantos de salario, para comer peor en los próximos meses.
Esta situación debe llevarnos a la conclusión de que hay que pensar seriamente en el establecimiento de un nuevo modelo. No inspirado en esquemas que conlleve el rompimiento con el orden institucional ni con el sistema político que tenemos y que aspiramos mejorar, sino que tome en cuenta a la persona humana como eje centro de toda la atención, especialmente de la oficial.