Reflexión sobre la amistad

Reflexión sobre la amistad

LEONOR MARÍA ASILIS E.
Estamos próximo a la fiesta dedicada al Amor y a la Amistad, por lo que hoy me siento particularmente llamada a meditar sobre el tema, porque  siento además que soy una privilegiada por gozar de este gran tesoro.

Veamos esta definición que encontré:

«Amistad es una manera especial del amor, llamada «amor de benevolencia», que consiste en desear el bien al otro. Cuando la benevolencia es correspondida hay verdadera amistad.»

Decía Aristóteles que la amistad «es la cosa más necesaria en la vida», y que «sin amigos nadie escogería vivir, aunque tuviese todos los bienes restantes».

Y es que un amigo es un don, un regalo del cielo.

La amistad es un amor de predilección, un amor que llega a hablar cara a cara, como cuando Moisés hablaba con Dios: «Así hablaba Yahvé con Moisés cara a cara, como suele hablar un hombre con su amigo» (Ex 33,11).  En la Biblia encontramos otra entrañable imagen. Abraham y Dios: «No nos retires tu misericordia, por amor a Abraham, tu amigo» (Dn 3,35).

En este sentido, ¿qué mejor amigo podemos tener que Jesucristo?

Cristo elige a sus amigos. Su amistad es un amor de elección: «No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes» (Jn 15,16): Jesucristo es verdadero amigo, más aún, es el único amigo que nunca falla.

Decimos que tenemos un amigo, o somos amigos de alguien, cuando esa persona está presente, está junto a nosotros. Aunque muchas veces el amigo no está justo cuando lo necesitamos; pero, en cambio, Jesucristo está presente íntimamente, siempre y en todas partes: «Aun cuando anduviera en medio de una sombra de muerte, no temeré males; porque tú estás conmigo» (Sal 22,4).

Una característica muy propia de la amistad es, sin duda, conversar con el amigo, y no sólo el conversar, sino que también es propio de la amistad, a causa de la unión de corazones que se tiene, el revelar al amigo sus secretos. Por tanto, por esta unión de corazones, la amistad exige que todo lo que el amigo posee, lo comunique a su amigo. Por eso se revelan al amigo los secretos más íntimos del corazón.

Esto, ¿es posible? ¿Acaso no hay cosas que están reservadas a la absoluta intimidad de un alma con Dios? Dice San Agustín: «Cuando veo a alguien inflamado en la caridad cristiana y siento que por ella se hace amigo mío fiel me hago cargo de que todos los pensamientos míos que le confío no se los confío a un hombre, sino a Dios, en quien él permanece; pues Dios es caridad y quien permanece en Dios, Dios está en él».

Es propio de la amistad sentirse feliz en presencia del amigo, alegrarse de sus dichos y hechos y encontrar en él consuelo en todas las aflicciones; por eso, en las tristezas buscamos principalmente el consuelo en los amigos.

Un santo recomienda como uno de los remedios a las amarguras de la tristeza el buscar al amigo, porque «en el hecho mismo de que los amigos se contristen con él, conoce que es amado por ellos». Debemos preguntarnos, ¿estamos siempre dispuestos a escuchar a nuestros amigos?

Cristo es verdadero amigo porque Él nos dice: «Venid a mí todos los que estéis afligidos y agobiados y yo os aliviaré».

«El amigo fiel no tiene precio, es incalculable su valor. El amigo fiel es remedio de vida, los que temen al Señor lo encontrarán. El que teme al Señor es fiel a su amistad, porque como él es, así será su amigo» (Si 6,15-17).

San Agustín decía que la amistad es esencial para el bienestar personal en el mundo; pero la verdadera amistad, la única que perdura, sólo existe cuando está inspirada por Dios y cuando Dios hace de soldador o aglutinador.

La amistad se  caracteriza por la confianza y la franqueza, y en su más amplia interpretación hay que extenderla a todos. Decía que nadie puede ser verdadero amigo de otro si antes no es amigo de la verdad.

Es propio de la amistad consentir en los deseos del amigo; corresponde, por tanto, al amor con que amamos a Dios, el amor de amistad, cumplir sus mandatos, porque el verdadero amor es aquel que se manifiesta y prueba con obras: «obras son amores y no grandes razones». Como enseña San Gregorio Magno, el amor de amistad hace cosas grandes: «El amor no está nunca ocioso. Cuando existe, obra grandes cosas; pero si no quiere obrar, no hay tal amor»7. Como dice San Juan de la Cruz, el amor es creador: «Donde no hay amor, ponga amor, y sacará amor». ¿Te parece que no te aman? ¡Ama! ¿Te parece que no te tienen en cuenta? ¡Ama! ¿Consideras que se olvidan de ti? ¡Ama! ¿Que no te comprenden? ¡Ama!

La verdadera amistad se funda en el amor. El centro de gravedad de todo amor, para ser eterno, debe salirse del hombre, para clavarse decididamente en el que es de verdad Eterno, «sólo no podrá perder al amigo quien tiene a todos por amigos en Aquel que no puede perderse»: Dios mismo.

Qué maravilla es tener un amigo fiel que nos escuche, que nos anime, que esté con nosotros en las buenas, pero sobre todo también en las malas.

Este proceso de apertura a la amistad tiene sus bemoles ya que en el mismo muchos hemos sido heridos. Como consecuencia, se tiende a perder confianza y nos protegemos en un cascarón para evitar posteriores contrariedades y sufrimientos.

También Jesús, ocasionalmente tuvo que sentirse dolorosamente herido ante aquéllos que Él consideraba amigos. Sin embargo, fijémonos en su actitud: jamás se dejó de entregar, hasta dar su vida por todos.

Finalmente, les obsequio para su lectura algunas frases que se han hecho famosas sobre la amistad, deseándoles que cada día la valoremos y cultivemos más.

leonor.asilis@verizon.net.do

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