Reflexionando

Reflexionando

El valor de no ser incrédulos: Dos hombres eran vecinos y cada uno de ellos tenía una mujer y varios hijos pequeños, con sólo su trabajo para mantenerlos.

Uno de los hombre andaba inquieto diciendo:

– Si muero o si enfermo, ¿qué vendrá a ser de mi mujer y de mis hijos?

Y este pensamiento no le abandonaba y roía su corazón, como roe un gusano la fruta en que está escondido.

Ahora bien, igual pensamiento había ocurrido al otro padre, más no se detenía en él, porque decía:

– Dios que conoce sus criaturas y vela sobre ellas, velará también por mí, por mi mujer y por mis hijos.

Este vivía tranquilo, en tanto que el primero no gozaba un instante de reposo ni alegría.

Un día que trabajaba en el campo, triste y abatido en su temor, vio unos pájaros que entraban en unas matas, salían y tornaban después. Y habiéndose acercado, vio dos nidos, uno al lado del otro, con varios pajarillos, recién salidos del huevo y sin plumas todavía.

De vuelta a su faena, alzaba de vez en cuando los ojos y miraba a aquellos pájaros, que iban y venían llevando el alimento a sus pequeñuelos. Más he aquí que de pronto, al volver una de las madres con provisiones en el pico, la coge un buitre, la arrebata, y la mísera madre, porfiando en vano por desasirse de las garras que la aprisionaban, lanza agudos chillidos.

Esto visto, el hombre que trabajaba sintió su alma conturbada, porque presunta él, la muerte de la madre es la muerte de los hijos: «Así también, decía, los míos a nadie tienen sino a mí. ¿Qué será de ellos si les falto?»

A la mañana, de vuelta al campo, dijo en sus adentros: «Quiero ver a los hijos de esa pobre madre: algunos habrán muerto ya». Se encaminó a las matas y mirando vio sanos y tranquilos a los pequeñuelos. transcurrido y breve rato después de haberse ocultado en unos matorrales vio a la segunda madre que a toda prisa traía alimento entre todos los pajarillos. Hubo para todos y no quedaron los huérfanos en su miseria.

El padre que había desconfiado de la Providencia refirió por la noche al otro padre cuanto había visto. Y éste último le dijo:

«¿Por qué andar inquieto? Nunca abandona Dios a los suyos. Su amor encierra secretos que no conocemos. Creamos, esperemos, amemos y prosigamos en paz nuestro camino. Si muero antes que tú, serás el padre de mis hijos; si mueres tu antes, seré el padre de los tuyos. Y si uno y otro morimos antes de que estén en edad de proveer por si mismos a sus necesidades, tendrán por padre al Padre común que está en el Cielo. (Anónimo).

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