Reflexionando

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Defendiendo una proposición para abolir la pena de muerte por cobardía en tiempo de guerra, el señor Morrison ha contado en la Cámara de los Comunes la siguiente historia: «Después de dos días de privaciones, un sargento inglés y cuatro soldados, separados completamente de su ejército, decidieron alcanzar las líneas enemigas y rendirse. En el camino se encontraron a cuatro soldados alemanes capitaneados por un suboficial, y al levantar las manos ante ellos, vieron, con la natural sorpresa, que los alemanes, a su vez, levantaban las suyas. Los alemanes también querían rendirse; ya en un solo grupo, alemanes e ingleses se jugaron a cara o cruz el ejército ante el cual harían su rendición colectiva. La cara era el ejército británico y la cruz el alemán, y, como ganó la cara, el sargento inglés, en vez de entregarles cuatro ingleses a los alemanes, les entregó cuatro alemanes a los ingleses, hecho que fue considerado heroico y que le valió una condecoración».

El señor Morrison contó esta anécdota para demostrar la poca diferencia que existe entre los actos llamados de heroísmo y los llamados de cobardía, pero, en realidad, no necesitaban contar anécdota ninguna. Mientras los ejércitos, en efecto, le impongan al cobarde la pena de la vida, ¿quién nos asegura que tal o cual héroe al arrastrar brillantemente una muerte probable y gloriosa, no lo hace por temor o una muerte cierta e infamante? (Julio Camba).

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