El año escolar dominicano esta a punto de concluir en pocas semanas, será necesario pasar balance al severo impacto que la pandemia del covid-19 ha provocado sobre los procesos de aprendizaje y sus resultados. Tardaremos años en medir y reconocer el impacto sobre el rendimiento escolar del llamado distanciamiento social y la necesidad de detener las escuelas, en especial las de formación pública. Tal vez nunca lo sabremos.
El gobierno dominicano ha realizado grandes esfuerzos a través del programa de educación a distancia para paliar un escenario que arrastra complejidades diversas desde hace años, tales como el rendimiento escolar en lenguas y matemáticas y las limitaciones cognitivas de nuestros estudiantes comparados con otros del mundo. Antes de la pandemia estábamos rezagados, habrá que ver cuando volvamos a evaluar.
La deserción escolar ha sido significativa, en especial en los estratos socioeconómicos más bajos. La desigualdad social existente ha quedado desnuda en el acceso a los recursos tecnológicos, como la cantidad de televisores por hogar o la cantidad de estudiantes que pueden recibir clases directas y en vivo de sus profesores o aquellos privilegiados con accesos a tutores especializados que los acompañan durante y después de clases.
Las brechas de desigualdad educativa se han ampliado entre grupos de edad y territorios, el reto gigante para esta sociedad no será volver a la “normalidad” de las clases presenciales, sino abrir un profundo y serio debate sobre a qué vamos a llamar educación, cómo vamos aprender y sobre todo quiénes reciben cual educación para cual vida, esta es una de las pruebas más difíciles a las que nos hemos enfrentado como país y no se puede pasar solo con setenta. Ojalá estemos a la altura, el futuro de las próximas generaciones está en juego.