El impacto concreto y definitivo de la pandemia del covid19 en la organización social de la vida humana en la tierra solo se sabrá en el mediano plazo y para algunas dimensiones como la educación probablemente se sepa muchas décadas después.
Mientras eso llega se expande a la misma velocidad del virus la idea de la inminente aceleración digital y una enorme cantidad de especialistas de diversas ramas del saber producen textos sobre “la nueva era” motorizada por el imperativo “revolucionario” de las plataformas tecnológicas. Nada nuevo bajo el sol de la historia.
Más allá de las visiones optimistas y/o tremendistas, lo cierto es que no aterrizaremos de repente en la utopía tecnológica, ni el mundo será un lugar mejor porque usemos más y mejor los dispositivos electrónicos de última generación y/o aprendamos a interactuar de forma más eficiente y productiva con pantallas, contenidos virtuales e “inteligencia” artificial.
A lo largo de la historia humana sobran ejemplos de saltos cualitativos y cuantitativos en materia tecnológica, basta entender lo que significo para nuestros antepasados la invención del alfabeto, la escritura, la imprenta, la navegación por mar, el uso de vehículos por tierra y aviones por aire, cada paso de la invención y creatividad humana ha implicado la aparente aceleración de los tiempos y ciclos humanos, esta vez no será distinto, tras la conclusión o control de la pandemia causada por el covid19 poco de las esencias humanas cambiaran, lamentablemente.
Una parte importante de los habitantes terrestres esperan volver a la “normalidad” anterior con urgencia, aquella a la que le suelen llamar virginalmente libertad y es casi seguro que así sea, solo que con más pantallas, más dispositivos y mucho “mejor” vida, ya que podrán hablar, trabajar, pensar, amar, sanar, aprender y consumir con mucho mayor precisión.
Pero lo más interesante que veremos de esta sociedad digitalizada es la posibilidad de disponer de mayor tiempo para “hacer lo que queramos” mientras las maquinas piensan y trabajan por nosotros. Seremos todos los deltas y épsilones de la distopía de Aldous Huxley, “Un Mundo Feliz” (1932), normales, bien portados y mucho mejor vigilados que antes.
Tal vez entonces nos acordemos de aquella frase de Saramago en su maravillosa novela, Ensayo sobre la Ceguera (1995), “Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven”.