Reflexiones a la Zurda|Debates, Derechos y Democracia

Reflexiones a la Zurda|Debates, Derechos y Democracia

“Todo lo que una vez fue vivido directamente se ha convertido en una mera representación”

Guy Debord, La Sociedad del Espectáculo (1967)

En una democracia madura el debate de ideas es un ejercicio necesario, prudente y pertinente para ventilar los temas trascendentales de la agenda pública.

En una democracia de ciudadanos y ciudadanas formados en el ejercicio de participación y movilización es normal y sano el intercambio de ideas en conflicto en los escenarios que competen a ello.

Cada uno tendrá su versión de la verdad “única” y tratará de convencer o vencer al contrario desde ella.

Lo importante es que el debate público gane en argumentos científicamente demostrables y en institucionalidad al margen de agendas particulares y/o tangenciales.

El problema es que en nuestro país no existe cultura de debate e intercambio maduro de ideas sobre lo público y sus implicaciones. Y no existe esa cultura porque quienes estaban llamados a crearla e institucionalizarla se dedicaron a convertir el poder, la política y lo público en vulgares instrumentos de transacciones clientelares y patrimoniales, sustituyendo el potencial de las ideas en debate por el botín en disputa.

Secuestradas las instituciones, distorsionadas las formas de ganar, acumular y preservar poder, reducidas las ideas a enlatados publicitarios y/o mercadológicos que produzcan altos “ratings” de audiencia o exposición mediática. ¿Cómo puede una sociedad fortalecer su orden democrático y sus instituciones si lo que prima en ella es lo instintivo, transaccional y efímero?

Construir los cimientos de una comunidad humana para garantizar su perpetuidad en el tiempo histórico como proyecto identitario implica antes que nada reconocer un pasado común, aprender de los errores de ese pasado y sobre todo utilizarlo como herramienta para mejorar los marcos de interrelación entre los habitantes de esa comunidad.

En nuestra media isla eso es tarea pendiente, tan pendiente como reconstruir los fundamentos de nuestro modelo de aprendizaje, la forma en la que aprendemos y en la que aplicamos lo que aprendemos (fruto de ese vinculo roto con el pasado) no nos sirve para madurar como colectivo, todo lo contrario, crea un perverso circulo de contenidos superficiales con los cuales nos entretenemos y nos creemos el cuento de que sabemos o al menos pretendemos que sabemos lo que decimos saber.

Un debate sobre la agenda pública de un país no es una pelea de gallos, no es un espectáculo teatral donde gana el que más grita o el que domina mejor las palancas mediáticas de estridencia.

Un debate debe ser un sobrio y maduro ejercicio de preparación de argumentos, presentación de pensamientos y capacidad de convicción, siempre respetando en fondo y forma al adversario y sobre todo a la audiencia que de una u otra manera debe forjarse un juicio de valor, una interpretación sobre las ideas en conflicto.

Nos falta camino por recorrer en esta materia, tanto como en otras, pero sobre todo nos esta faltando aquella palabra muy añeja y en desuso, honor, para enfrentar al adversario y para reconocer y respetar en el otro lo diverso y lo distinto,

pero democráticamente idéntico a mi en derechos y deberes. Materia pendiente de aprobar

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