“El error del intelectual consiste en creer que se puede saber sin comprender y, especialmente, sin sentir y ser apasionado (no solo del saber en sí, sino del objeto del saber), esto es, que el intelectual pueda ser tal (y no un puro pedante) si se halla separado del pueblo-nación, o sea, sin sentir las pasiones elementales del pueblo, comprendiéndolas y, por lo tanto, explicándolas y justificándolas por la situación histórica determinada; vinculándolas dialécticamente a las leyes de la historia, a una superior concepción del mundo, científicamente elaborada: el saber. No se hace política-historia sin esta pasión, sin esta vinculación sentimental entre intelectuales y pueblo-nación”.
Antonio Gramsci. Cuadernos de la cárcel.
El cuerpo físico de Marcio Veloz Maggiolo ha abandonado este plano terrenal hace unos días. El último de los grandes intelectuales dominicanos del siglo XX deja una vasta producción bibliográfica sobre diversos saberes. Su consagración al oficio del pensamiento y la palabra escrita quedara para la posteridad como ejemplo para futuras generaciones, como tantos otros similares en obra y legado. Veloz Maggiolo vivirá por siempre en la producción cultural de sus herederos hoy más jóvenes.
¿Y dónde están esos herederos más jóvenes?
La sociedad dominicana del siglo XXI, tan abierta y conectada como sus pares de igual nivel de desarrollo humano en el mundo, sufre de amnesia histórica colectiva, no valora sus muertos, ni sus episodios memorables, ni mucho menos el contenido que sirve de huella testimonial de su conducta y trayectoria. Somos un pueblo de memoria corta y disfrute largo.
Lo efímero, lo volátil, lo rápido e instantáneo se reafirman como paradigma referencial. El medio es el mensaje y el mensaje son palabras escritas para que duren lo que duran los “likes” en una red virtual, hasta el próximo mensaje o video viral.
Es la época del fast food existencial, donde lo importante es consumir, desechar y seguir ahora, alimentarse el alma de nutrientes de la sabiduría y el arte consagrado de nuestros antepasados (y de los más recientes aún vivos) no es prioridad ni en estanterías ni en mostradores, ni en exhibidores del último producto de moda de temporada. El saber y el ejercer el saber no provocan ya grandes ilusiones.
Con Veloz Maggiolo se va una generación, unas voces, una forma de construir geometría de la palabra desde el acto supremo de la humanidad, pensar. Se va el compromiso con la obra, con sus manifestaciones identitarias y sobre todo con una dominicanidad que siempre fue más que mangulina, güira y tambora.
El pensamiento social dominicano está de luto, no solo por uno de sus más importantes contribuyentes, sino por la muerte lenta de su legado a manos del carnaval de la evasión social y la oda al tiempo virtual descafeinado, dónde la imagen derrota por “forfeit” a la palabra con significado y textura.
¿Quién guardara y continuara el legado de tantos y tantas que destinaron sus vidas a forjar el acervo cultural dominicano?
La respuesta tal vez este aún en proceso de gestación, ojalá que no sea tarde cuándo este lista. Un Veloz Maggiolo sin azúcar por favor y un jugo de Jack sin Veneno, para todo lo demás existe el celular.