Reflexiones otoñales

Reflexiones otoñales

El otoño se inicia a finales de septiembre, pero en nuestro país el caluroso verano se ha convertido en nuestra única estación. Quiero compartir con mis amables lectores este ¨conversatorio¨ fuera de la medicina y el cerebro, en razón de que en las mañanas de los domingos uno se torna  menos parsimonioso y quisiéramos algo más ligero que esos temas que trata el Dr. Silié Ruiz, como diría un amigo: ¨para no necesitar buscar en el diccionario¨.  Hoy me referiré a una experiencia  vivida hace ya  años. Solitario, sentado en el parque de Finsbury en la capital inglesa, frente a la casa donde vivía durante mis años célibes y de entrenamiento neurológico, una mañana de  un frío domingo otoñal.

Sin darnos cuenta, los cambios climáticos modifican nuestro humor: pueden exacerbar síntomas de tristeza o de alegría y también producir cambios hormonales. No se sabe a ciencia cierta, pero sí sabemos que el cerebro, a través de delicados procesos neurobiológicos, logra percibir hasta la más mínima modificación en el entorno. Me debatía entonces en si seguir luchando valerosamente por mis propósitos médicos o me regresaba al país con la amargura de la derrota por no haber podido lograr los objetivos que procuraba  en Londres. Recuerdo, releía en ese momento el ¨Discurso del Método¨ de Descartes y concentré mis pensamientos en lo que el padre de la filosofía moderna recomienda en sus reglas para el íntimo reducto, la autosuficiencia; lo que pone en marcha su ¨cogito, ergo sum¨ y lo que implica en atribuciones para  el sujeto pensante, que son las consecuencias que el autor extrae de esa fórmula en la carrera hacia los objetos. Esa complejidad, ese dinámico núcleo pasa intacto del burgués al hombre-masa, pero la situación se ha acelerado. Necesariamente los epítetos, pasan de largo: el hombre-masa no tiene tiempo para preocuparse por la perfección, sin  más remedio que ser autosuficiente.

En ese momento  necesitaba  voluntad de rebeldía. Me estaba cuestionando mi propio destino. Me negaba a aspirar y no poder lograr la ¨civilización técnica¨, mencionada por Descartes al dibujar al microempresario. Me negaba a esa simpleza en que muchos se encierran y les basta atenerse a su medio más inmediato (su casa, su trabajo) sin motorizar una revolución personal permanente, que por su dinamismo se anticipa a cualquier esperanza. El hombre tiene la tendencia a referirse a lo que Descartes llamó ¨los objetos¨.  Cuando propugnamos por un propósito queramos o no, quedamos  bajo el imperio de la necesidad de ubicarnos. La persona termina por consistir en su propia disposición de ubicarse. Insensiblemente el   brete psíquico se generaliza y nos asumimos con el ¨derecho¨ de que nos corresponde. Desde el 1637, las reglas cartesianas norman a favor de la corriente iniciada por la historia en la carrera hacia los objetos. No sin razón el hombre tiene el ¨derecho¨ a optar por tantos objetos como quisiera,  como en esos años de la revolución industrial, de la que el propio Descartes, en la parte final del Discurso habla como un vocero.

Esas reflexiones en ese momento me permitieron continuar luchando, pudiendo felizmente cumplir mis metas. Pues reordenar las prioridades se vuelve la clave en ese contexto crítico y optimista que dan las reflexiones íntimas y de manera muy lógica permiten renovar las emociones. ¡Muy feliz día ¡

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