Reflexiones para la historia

Reflexiones para la historia

JOSÉ DE JESÚS MORILLO LÓPEZ
Debo comenzar diciendo que llegué a la jefatura de la Policía Nacional el 10 de febrero del año 1966, en momentos muy difíciles, acabando de salir el país de una cruenta guerra civil la que luego se convirtió en una guerra patria, acontecimientos que dejaron heridas muy profundas en la conciencia del pueblo dominicano.

La República intervenida por tropas extranjeras (FIP) encabezadas por los Estados Unidos de Norteamérica. El pueblo armado, con desórdenes y asesinatos en las calles. Con la policía desmembrada y los pocos agentes que se mantuvieron en los cuarteles temerosos y desmoralizados porque la mayoría de la oficialidad había tomado las de Villadiego, abandonando a sus subalternos al grito de «sálvese quien pueda».

En aquellos días la situación no podía ser más dramática, pues el 9 de febrero, un día antes de mi nombramiento como jefe de la Policía, una manifestación de estudiantes que se llevaba a cabo en las proximidades del palacio nacional, fue atacada brutalmente con una lluvia de tiros disparados por tropas de los Estados Unidos, de las fuerzas armadas dominicanas y de la institución policial, resultando varios muertos y numerosos heridos, entre los cuales se hallaba la joven estudiante universitaria Amelia Ricart Calventi. Mientras en la calle Padre Billini yacía, ardiendo en llamas, el cuerpo inerte de un agente policial, quemado vivo después de haber sido rociado con gasolina. ¡Qué barbaridad!

Una vez en el cargo que el destino había puesto sobre mis hombros, mi primera tarea fue reorganizar la institución y restablecer el orden público gravemente alterado, con el resultado de que el 1ro. de julio del año 1966 se celebraron elecciones generales y no se produjeron incidentes, con excepción de un atentado en la residencia provisional del Prof. Juan Bosch, lo cual fue rápidamente investigado y sancionado su autor, un miembro de la Policía.

Luego, dispuse que los periodistas pudieran circular libremente por todos los recintos policiales y la puerta de mi despacho estaba abierta de par en par para los hombres de la prensa, sin restricción alguna y sin tener que anunciarse previamente para comunicarse conmigo. De ese modo, como me propuse no ocultar absolutamente ninguna irregularidad ni violación a los derechos humanos, podía enterarme de lo que pudiera suceder a mi espalda, actitud que fue elogiada por la secretaria general de la Asociación Dominicana Pro-Derechos Humanos, señora Martha Martínez, quien fuera una permanente colaboradora en mi gestión al frente de la institución policial.

Está demás decir, que mi conducta y actuación al frente de la Policía Nacional, fue alabada por destacadas personalidades de la sociedad dominicana y extranjera, destacándose entre otras el propio presidente Balaguer, quien al momento de mi destitución manifestó lo siguiente: «Cumplo un deber de conciencia al reconocer los merecimientos del general Morillo López. Como jefe de la Policía Nacional, se empeñó en imponer una buena organización a ese cuerpo seriamente desarticulado por los graves sucesos que desencadenó la revuelta del 24 de abril, y se distinguió por su férreo espíritu de disciplina y por su deseo de ofrecer la protección de las fuerzas bajo su mando a todos los dominicanos, sin distingos de ideología política…».

El destacado y respetable periodista Don Rafael Herrera, director del Listín Diario, en un enjundioso editorial escribió lo siguiente: «El presidente Balaguer hizo un elocuente reconocimiento de la labor del general José de Jesús Morillo López como jefe de la Policía Nacional, precisamente en los momentos en que anunciaba su sustitución del puesto. Ciertamente nada podría añadirse a esas palabras veraces y justicieras. Morillo López llegó en momentos muy difíciles, con el terrorismo rampante, con desórdenes en las calles, y la policía bajo presiones desmoralizadoras. Bajo la jefatura de Morillo López la policía respetó al ciudadano al tiempo que no toleraba el desorden cual fuera su fuente…» Luego, don Rafael me dedicó un libro suyo con estas palabras: «A mi querido amigo el general José de Jesús Morillo López, hombre de letras y de armas, igualmente recio. Con afecto.»

El profesor Juan Bosch, en otra dedicatoria de un libro suyo, que me honra sobremanera, escribió: «Al general José de Jesús Morillo López, a quien el pueblo recordará como jefe de la Policía honesto y que no cometió abusos, con el saludo de Juan Bosch».

El señor Bernard Diederich, destacado escritor y periodista de Life y Time, escribió una dedicatoria en su libro Trujillo. La muerte de un dictador, que igualmente me honra: «To my friend General Morillo López one of his country’s example of an honest y brave man. With best wishes Bernard». Sería interminable continuar mencionando editoriales y nombres de personalidades que elogiaron mi trabajo como jefe de la Policía y perdónenme la inmodestia.

Ahora bien, paso a referirme someramente a la reunión de los oficiales retirados de la Policía Nacional, celebrada recientemente en un hotel de esta ciudad, a la cual fui invitado. Asistí atraído por el tema de la violencia en nuestro país, que es una realidad que nadie puede negar y que tiene en zozobra a la ciudadanía, pues es cierto que no hay un hogar donde la violencia y la criminalidad no hayan penetrado con toda su crudeza. Negarlo sería una insensatez y una irresponsabilidad.

En esa reunión, en lo que a mi respecta, debo aclarar que no estaba en nuestro ánimo ofender a nadie sino   colaborar en el diseño de una fórmula para la solución de este flagelo. Creo que con la errónea interpretación acerca de dicha reunión, malintencionadamente se ha creado una tormenta en un vaso de agua. Debo decir que siento una gran admiración y respeto por el jefe de la Policía general Bernardo Santana Páez porque creo que es un profesional brillante con una excelente hoja de servicio. De ninguna manera me prestaría a detractar y a empañar su ardua labor,   en beneficio del pueblo, y esto no es un ditirambo para quedar bien con nadie, pues no necesito valerme de expresiones hipócritas para defender mis   derechos.

Para mis apreciados amigos que me han preguntado qué buscaba yo en esa reunión y a las «cotorras» que van a agitar el ánimo del jefe de la Policía y el gobierno para congraciarse, les diré que estaba ejerciendo mis derechos  y quiero dejar claro que con el asesinato del generalísimo Trujillo desapareció el miedo y ¡ay de aquellos que intenten implantar una dictadura o tiranía en el país! Estaba ejerciendo mis  derechos constitucionales a transitar libremente, a participar en asociación y reunión pacífica; a expresar mi pensamiento sin sujeción a censura previa. Esos derechos no los negocio ni renuncio, pues «a nadie se le puede obligar a hacer lo que la ley no manda, ni impedírsele lo que la ley no prohíbe», dice   la Constitución. Por último, gracias al brillante periodista Álvaro Arvelo y su programa El Gobierno de la Mañana

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