Reflexiones sobre el delator

Reflexiones sobre el delator

Por Amanda Castillo

A raíz de los casos de corrupción ventilados en la Justicia debemos pensar en el peso y significado que tiene la delación en nuestra sociedad, y el recurso que la Justicia hace de esto para inculpar a los acusados de corrupción. Recurriendo a la delación premiada como instrumento que otorga diversos beneficios al delator.

Pensar en ello puede que traiga cierta tristeza al relacionar el adjetivo delator con ciertos hechos históricos. Relacionandolo con el que denuncia, el denunciador, acusador, sinónimo de soplón, traidor y chivato, palabra que se convirtió en un verbo en la dictadura de Trujillo, cuando chivatear tuvo su mejor expresión en el horror de La 40, escenario de la muerte de miles de dominicanos que se negaron a delatar a sus compañeros del 14 de Junio y otros movimientos políticos. Este capítulo de la historia pocos lo recuerdan y desconocen las nuevas generaciones, que poco saben de lo que se hizo, para que ahora puedan tomarse un café en la puerta de su casa sin tener que pedir a alguien le cuide la espalda.
Por eso pensar en el delator, faltando casi 2 meses para la celebración del 62 aniversario del ajusticiamiento del dictador nos puede producir cierta preocupación, al ver que nuestras autoridades judiciales, con toda la buena fe del mundo, tengan que recurrir a una práctica tan delicada en la historia política de nuestro país, que tanto mal nos ha hecho, para montar expedientes de implicados en casos de corrupción.

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Si bien es cierto que las policías siempre han contado con la delación como un recurso para perseguir el delito común, también es cierto que es un acto miserable, odioso, que ha llenado de dolor a miles de seres en la historia de la humanidad. El tema de la traición y la delación han estado muy vinculados, siendo la delación masiva, determinante en el exterminio de 5 millones judíos.

Por no hablar del papel que la delación ha jugado en las dictaduras latinoamericanas del pasado y del presente, o acaso se cree que estas dictaduras no contaron con esa vocación miserable de la traición.

No podemos obviar que la corrupción está basada en una actitud delincuencial hacia el Estado y del Estado, que es un sistema donde casi toda la clase política está o ha estado involucrada, siendo difícil su persecución.

Pero fomentar y cultivar la delación como recurso de la Justicia, aplicada en las sociedades sajonas al crimen común es delicado. Ya que No debe ser igual delatarse entre mafiosos (existen códigos éticos de actuación criminal) a fomentar la delación entre gente común, empresarios, funcionarios, etc. Mucho más delicado es exonerar de culpa y castigo al delator privilegiado, en una sociedad, que desconoce la sanción social y cohabita con la delincuencia de forma complaciente y olvidadiza. Utilizando la escucha telefonica para extorsionar.

Esperamos que los acuerdos con la Justicia sean racionales. Ya que no debe ser igual que algunos individuos se acojan a medidas como esas para salvar su piel, y sus intereses, siendo tan culpables como los que delatan. De aquí que debe dársele siempre alguna condena, de lo contrario se le daría un mensaje equivocado a la sociedad.

Tener expedientes blindados que, fortalezcan el papel de la Justicia, es difícil, pero tenemos que ser cuidadosos de no banalizar la delación, fomentándola, en una sociedad que tienen en sus orígenes culturales el chisme, la tradición oral y en su inconsciente colectivo, la traza de una conducta delatora como profesión, ser calié, espiar para delatar.

Alcanzar la integridad, de forma noble, educando, para que los individuos, mediante la prevención, vigilen su accionar, asumiendo la responsabilidad de sus actos, rindiendo cuentas. Sobre todo desde las administraciones públicas.

El Estado ya tiene los instrumentos para dar seguimiento a las conductas disfuncionales de sus ciudadanos, como se hace en las sociedades decentes, “una sociedad decente es aquella que acuerda respetar, a través de sus instituciones, a las personas sujetas a su autoridad” recuerda Avishai Margalit.

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