Reflexiones sobre la reelección

Reflexiones sobre la reelección

EMIGDIO VALENZUELA MOQUETE
Soy contrario no sólo a la reelección del presidente Fernández Reyna. Igual actitud adopté cuando era presidente Hipólito Mejía.Y en lo que me resta por vivir mi conducta será invariable con cualquier ciudadano dominicano que siendo Presidente de la República desee reelegirse.

En mi caso particular es un asunto de principios, no coyuntural ni de ocasión ni subordinado a circunstancias ni mucho menos por razones de amistad.

 Estoy convencido de que el alma y la personalidad humana son harto frágiles, proclives al envilecimiento y la vanidad que da el poder, el boato y la lisonja, los cuales propician el endiosamiento de los mandatarios hasta el punto de considerarse insustituibles ante sus iguales. Las ventajas que da estar en el solio presidencial hacen abismal la desigualdad frente a los demás contendores. La reelección presidencial es funesta per se.

Para reafirmar sin resquicio a la menor duda mi convicción antirreeleccionista tengo dos razones de carácter práctico: 1) en países de tan bajo nivel educativo como el nuestro se hace perniciosa la reelección, debido a nuestra debilidad institucional; 2) de todos modos cuatro años son suficientes para el saqueo del erario en provecho particular y para un ineficiente y espurio manejo del Estado, que es a lo que nos tienen acostumbrados en su estancia en el poder los tres principales partidos.

¡Nunca más reelegir un presidente! Al margen de las virtudes y bondades que lo adornen. Por exitosa que haya sido su precedente gestión, sabiamente lo ha sentenciado El Quijote: «Nunca segundas partes fueron buenas».

La experiencia vivida ha sido que cada cuatro años esos tres partidos se dedican principalmente a desguazar el Estado. Imagínense ustedes qué no harían con un presidente reelecto, en ocho años. Recordemos los períodos consecutivos del Dr. Balaguer. La reelección es hija de la ambición y deviene en terrible y catastrófica desgracia.

Lo más perverso de la reelección es que produce en el detentador del poder trastornos de la personalidad, que generan síntomas agudos de mesianismo y salvación nacional, porque se cree la Patria misma y que sin él no hay Patria. Y subyace en su inconsciente la tendencia a erigirse en «Jefe».

En esas circunstancias, para la sanidad de nuestro sistema democrático se impone como asepsia política la alternabilidad cada cuatro años de un Presidente distinto al que está dirigiendo los destinos del país, como muro de contención a los desmanes de los bienes públicos por parte de las hordas partidistas.

Frustrado con el PRSC que prometió un «nuevo amanecer», revestido de una paz que nunca llegó y que, a contrapelo, conculcó los más elementales derechos de la condición humana; con un «jacho» que no ha prendido, el PRD, que se pintó como la «esperanza nacional» y se esfumó en la rebatiña interna y en usar su talento para servirse del Estado, en algún momento albergué la ilusión de que la auténtica esperanza nacional se encarnaría en el PLD, cuyo lema es «servir al partido para servir al pueblo».

Conformado con hombres de una generación que es también la mía, pero además, dotados por la naturaleza del mejor talento para hacerlo bien, el PLD, sin embargo, para sintetizarlo con las expresiones del padre Cela: «Esto es más de lo mismo».

Su paso por el poder ha sido decepcionante en razón de que la gente los percibía distintos; pero en la conducción del Estado se han abrazado de manera impertérrita a la intolerancia, borrando de sus sentimientos dos atributos que nunca ofenden: la humildad y la sencillez, mutándose en sabelotodos y arrogantes.

Su difuso accionar político y su incoherencia entre la retórica y la praxis, se llevaron de encuentro el barniz ético moral del que se ufanaran los peledeístas de entonces, que es ya sólo tema de historia.

Al momento de hilvanar estas reflexiones puedo anticipar que no sé por quién voy a votar en el difuso y conflictivo escenario electoral, en el cual estamos «atrapados y sin salida», y se visualiza, como lo presagiara el connotado politólogo Emmanuel Castells, que en esas elecciones, como ha ocurrido en las dos últimas presidenciales, se concurrirá a sufragar, no a favor de, sino en contra de.

Aunque el voto es secreto, quiero dar mi testimonio público de que el mío, tal como hice con Hipólito Mejía, es contra la reelección. De manera, pues señor Presidente, con todo el respecto y la consideración que me merece y la alta investidura que ostenta, si dependiera de mi voto, puede dar como un hecho cumplido que usted no será reelecto el día viernes 16 de mayo del 2008.

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