Reforma del nivel de vida

Reforma del nivel de vida

PEDRO GIL ITURBIDES
En oportunidades pienso que ciertos sectores de nuestra clase política, además de viajar en avión con harta frecuencia, viven en el aire. Porque hablar por estos tiempos de una reforma a la Carta Magna en medio de las presiones petroleras combinadas con la ansiedad fiscalista es tanto como vivir en la Luna. Los aumentos del petróleo se reflejan de múltiples formas en la economía dominicana, más allá del instante en que echamos un galón de uno de sus derivados en el tanque de un vehículo.

Esos precios actúan como ariete, empujando los precios de muchos artículos indispensables al sostenimiento de las gentes.

Es pues, a esta reforma, a la que tenemos que prestarle atención inmediata. La Constitución precisa, como se ha dicho, llenarle lagunas que dejamos en los procesos de reforma cumplidos a la brava y con notoria ligereza. Pero la Constitución no tiene la culpa de que la tendencia de los gastos operacionales, de los gobiernos central y locales, carezca de límites. Esa tendencia resulta de inclinaciones de carácter personal de políticos que ignoran que el gasto público impulsa o frena el crecimiento que lleva al desarrollo. Los últimos gestores de la cosa pública eligieron, sin que nadie les pusiera pistola al pecho para ello, frenar esta forma de crecimiento.

Propulsan la alternativa de un crecimiento de papeles engendrado por sectores que insumen gran capital mas no repercuten sobre los demás sectores de la economía. De tal modo que anunciándose con frecuencia ese crecimiento, disminuye a cada instante el poder adquisitivo de la inmensa mayoría de la población, y se depaupera la clase media.

Y ésta, la reforma por la que debíamos preocuparnos. Una reforma que devuelva el poder adquisitivo que hace años tuvo el ingreso medio nacional, y que permitió que surgiera una clase media que ahora se aniquila.

La reforma de la que debemos ocuparnos, por consiguiente, es

la dirigida a lograr un punto de convergencia entre el costo de vida y el nivel de vida. Esta presenta lagunas más grandes que el lago Enriquillo y nadie se preocupa por cegarlas. Porque quienes concentran poder y capacidad para ello desconocen cómo vive el dominicano que no ocupa posiciones ejecutivas en el tren gubernativo. Conviene, por consiguiente, que olfateen  con el sentido de instinto que destacó a Franklyn Delano Roossevelt  lo que ocurre allende sus puertas.

Con textos de leyes sustantivas y adjetivas divorciadas de la realidad nacional hemos vivido desde 1844. Ninguna molestia ofrecen, en los actuales momentos, las lagunas descubiertas a la Constitución. Ellas por cierto, son advertidas con un tipo de cristal para lentes especiales que no son vendidos en las ópticas más conocidas. En cambio, con los aumentos que registran cada semana la gasolina, el gasoil o el gas licuado de petróleo, los niveles de vida de las mayorías se irán a la Cochinchina. Para no decir otra cosa.

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