Reforma policial

Reforma policial

UBI RIVAS
El 24 de marzo último, El Nacional destacó en primera página una noticia harto preocupante ilustrando que desde el año 1988, constituía una práctica «cargar» vehículos robados a oficiales de la Policía Nacional. Desde esa fecha al presente, dice la información calzada por el reportero José Antonio Torres, un total de 361 vehículos, incluidos yipetas de todos los tipos y marca, Porsche, Audi, Mercedes Benz, Hummer, fueron «cargados» a oficiales policiales una vez recuperados de los ladrones originales.

Como una ironía coincidente, ese mismo día El Nuevo Diario publicaba otra noticia esta vez informando que el Federal Bureau of Investigation (FBI), la policía federal de Estados Unidos, entrena a 30 oficiales de la Policía Nacional, sin especificar en cuales disciplinas, destacando el agregado jurídico adjunto de la embajada de ese país, Andrew Díaz

jr. que desde 2002, el FBI ha entrenado a 8,050 policías de 118 países.

A ratos se habla, cuando acontecen relatos escalofriantes en relación a nuestro cuerpo del orden, como tradicionalmente define a la Policía Nacional su eficiente relacionador pública, general Simón Antonio Díaz, en esta ocasión debe ser propicio también, de reformas policiales, de profesionalismos, de adecentamientos, de profilaxis, de erradicación de elementos nocivos e indeseables en la institución que se supone debe garantizar la integridad física y la confianza de la ciudadanía, siendo diametralmente opuesto a esa la que debiera constituir su norma principalísima e inflexible.

Todos los profesionalismos, especialismos, cursos avanzados anti-crimen, superación de la oficialidad en la escuela policial de Hatillo, son bienvenidos, saludables, positivos, pero lo fundamental no estriba en todo eso, sino en la «línea que «baje» el jefe, o más bien, el presidente de la República.

Debe de recordarse, para avalar ese aserto, que durante el efímero pero inolvidable en sustancia humana gobierno del profesor Juan Bosch en 1963, esa misma policía trujillista no se atrevió a maltratar a ningún ciudadano, a apresarlo por disidencia política, a torturarlo, a esquilmarlo, abusarle siendo prisionero, sin que mediaran profesionalismo ni especialismos.

No se atrevió porque no obstante la precariedad en lo profundo del mando en los estamentos policial y militar, una de las causas del derrocamiento del ilustre escritor, los jefes quisieron, siempre quieren, permanecer en sus poltronas, y transgredir la prudencia internándose en el salvajismo, podría costarle el puesto.

Luego advino el desenfreno y los excesos de atropellos y corrupción de El Triunvirato, y la Policía retornó a sus andadas trujillistas, maltratando a la ciudadanía que es quien por vía de impuestos paga sus salarios.

Pero después de El Triunvirato corrupto e irreverente de la Constitución el presidente provisional doctor Héctor García Cáceres, designó en la jefatura policial al general José de Jesús Morillo López, hombre de excepcional valor personal, quien formó a la plana mayor en la explanada de la institución y le advirtió que el primero que liquidara a un constitucionalista tenía que matarse con él, y ningún constitucionalista fue asesinado en ese período, sino en el posterior, ya en el inicio de la tenebrosa Era Balaguer de los 12 años.

En los casos del presidente Bosch y del general Morillo López es evidente que la «línea fue variada, «bajada» con precisión y esos fueron los resultados.

Para reiterar, al culminar esta entrega, que la profesionalidad, los cursos de especialismos, la didáctica fina de los derechos humanos, las reconvenciones del Departamento de Estado de USA identificando que en 2004 la Policía eliminó a 300 sujetos en los famosos «intercambios de disparos» (HOY 01-03-05), son excelentes, pero lo fundamental en la praxis es la «línea que se baje». El resto es sandeces y pamplinas.

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