Las grandes potencias capitalistas están rediseñando las bases esenciales de lo que han sido banderas emblemáticas del sistema capitalista: competir en el contexto de un supuesto comercio “libre y justo” que proclamaban, y reclamaban a otros, sustituyéndolo por uno en que lo esencial es intentar frenar la competencia sacando del escenario a empresas que les han adelantado presionando a otras naciones para que cierren el acceso a empresas chinas a sectores en que perciben desventajas de manera que queden libres para sus propias empresas.
Las naciones que aceptan esas presiones y prohíben la participación en procesos de licitaciones abiertas, quedan expuestas a que, finalmente, las compañías que obtengan el concurso no sean, precisamente, en un contexto global, las mejores calificadas en calidad y precio.
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Dígase lo que se diga y manéjese como se maneje, esas prácticas de eliminación de libre competencia van en perjuicio del desarrollo económico y del mecanismo tradicional en que se ha sustentado el progreso tecnológico. De facto, la sustitución de la libre competencia por la marginación arbitraria de competidores recurriendo al subterfugio extraeconómico de la “seguridad nacional”, como repetidamente hacen en EEUU, no es, sino, expresión tácita del reconocimiento de la superioridad de la competencia y debiera ser una alerta a quienes se montan en ese carril de que pudieran estar afectando seriamente la competitividad de sus propias economías.
No obstante, una reciente reunión del G7 en Japón subrayó la «necesidad fundamental de una competencia leal en las relaciones comerciales internacionales» y de un «sistema comercial libre y justo fundamentado en el estado de derecho» y, proclamando su apego al comercio “libre y justo”, acusaron a China y Rusia, los principales países a los que ellos mismos aplican restricciones comerciales, de entorpecer las relaciones comerciales. Es la antiquísima estrategia del ladrón que grita “agarrenlo”.
Insólitamente se quejaron de las restricciones a ciertos productos japoneses aplicados por China por el vertido al océano de aguas radioactivas, eventualmente peligrosas, pretendiendo ignorar las propias restricciones comerciales que aplican a Beijing. Mientras apelan al respeto de “valores y normas”, violan flagrantemente las normas de la Organización Mundial de Comercio.
Deben dejarse de lado argucias arbitrarias y competir en buena lid. Las leyes objetivas del desarrollo tecnológico y económico, más temprano que tarde, se abren paso inexorablemente. Recuérdese que siempre decían que el libre comercio era la base del desarrollo.