Mañana se cumplen 48 años de un acontecimiento, que si bien vergonzoso y atemorizador para la población, permitió el resurgimiento de las fibras nacionalistas de un patriotismo apagado y difuso, que estaba permeado por los aires de la modernidad que soplaban en la civilización occidental.
En aquella ocasión, los dominicanos nos habíamos impuesto la tarea de agredirnos mutuamente, a nombre de restaurar la constitucionalidad perdida el 25 de septiembre de 1963, y el pueblo se vio dividido en dos bandos fratricidas para imponer la verdad que cada grupo enarbolaba como la causa justa y salvaguarda de la nacionalidad debilitada desde el mismo momento que fue decapitada la dictadura el 30 de mayo de 1961.
Aquellos acontecimientos, que se iniciaron con furor en las primeras horas de la tarde del día 24 de abril, sacó a relucir todos los sentimientos de heroicidad que vibraban internamente en los corazones de decenas de dominicanos, que la mayoría había estado en las cárceles trujillistas, y procuraba con ahínco revivir los hechos gloriosos que habían ocurrido en la hermana isla de Cuba desde 1959.
Desde el día 24 de abril hasta el 28 en horas de la madrugada, la ciudad capital se convirtió en tierra de nadie con los actos bélicos en la cabecera occidental del puente Duarte, los ametrallamientos de la aviación y el bombardeo que barcos de la Marina de Guerra hicieran al Palacio Nacional. Las armas saqueadas de los arsenales del ejército fueron a parar a manos de jóvenes combatientes, que sin frenar ni reparar su entusiasmo anarquizante, paralizaron el movimiento político que buscaba restaurar al profesor Bosch en el poder.
Para la tarde del 27 de abril, la revolución había perdido el rumbo y sus principales dirigentes, políticos y militares que luego serían las cabezas del retorno a la lucha, buscaron asilo en las embajadas latinoamericanas, que se vieron colmadas de personajes esenciales a la lucha de aquellos días. Solo por el valor y responsabilidad del recordado Montes Arache, y cuando las tropas norteamericanas estaban desembarcando en el campo de polo del hotel Embajador, en la pista de aterrizaje de San Isidro y por una de las playas de Haina, se sacaron los militares asilados junto con algunos políticos, y se le dio inicio a una nueva fase de la lucha, que adquirió otras dimensiones de reagrupamiento de los propósitos que fueron el motivo del estallido del día 24, para recomenzar ahora bajo el estímulo de los sentimientos patrióticos.
Aquellos días siguientes al 28 de abril, fueron angustiantes para los que nos quedamos en la capital, y a medida que se establecía el corredor de seguridad y el cerco de aislamiento a las fuerzas constitucionalistas en la zona colonial y Ciudad Nueva, el avance de las tropas norteamericanas era sin miramientos y arrasaron con la vida de gente inocente refugiada en sus casas, ya que su poder de fuego no respetaba a los civiles que se cruzaban, por desdicha, en el avance de nerviosos soldados que veían en cada dominicano un eventual sedicioso y preferían tirar para luego quizás preguntar, sin ni siquiera pedir excusas por sus procedimientos brutales de los daños colaterales, los que no les importaba la magnitud.
Los resultados de esa tercera intervención norteamericana en el siglo XX al país fue estabilizar y empantanar una lucha que cayó en el terreno de las soluciones políticas, que con sus negociaciones lograron llegar a un acuerdo para un gobierno provisional, y luego, el 30 de junio de 1966 celebrar elecciones generales. Ya con el doctor Balaguer como presidente, en septiembre se inició el embarque hacia su país o a Vietnam de las tropas norteamericanas, que quince meses antes habían llegado al país. Para la primera semana de mayo del 65 había un contingente mayor al que estaba en ese momento interviniendo en Vietnam.