El diccionario la define como la creencia y esperanza personal en la existencia de un ser superior (un dios o varios dioses) que generalmente implica el seguimiento de un conjunto de principios religiosos, de normas de comportamiento social e individual y una determinada actitud vital, puesto que la persona considera esa creencia como un aspecto importante o esencial de la vida. De igual manera, la Biblia define esta palabra de la siguiente manera, “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. Entonces, la fe es la esencia o certidumbre de algo que esperamos y no hemos recibido; en cierta manera, la fe (seguridad, convicción, confianza) nos da evidencia de lo que no podemos ver, lo espiritual e invisible.
Siendo así, sería posible asumir que la fe no es solo una adhesión a unas verdades, sino una experiencia con la trascendencia, con Dios, desde nosotros personalmente con lo divino. No es menos cierto que muchas veces son los episodios amargos de nuestras vidas los que nos hacen perder la fe, son esos hechos los que nos ciegan a tal punto de perder nuestras creencias en todo y todos, y dejar que la corriente nos arrastre a un abismo en el cual queremos estar y no salir.
Son esos momentos en los que sentimos que ya no podemos luchar, porque estamos abatidos, con nuestras fuerzas desgastadas y colmadas de lágrimas, cuando la fe se esfumó y se llevó consigo nuestras ilusiones, cuando queremos creer pero las circunstancias nos lo impiden, y las personas que te rodean no son necesariamente las que más te ayudan, cuando son las primeras que te cuestionan tus sueños y tu capacidad de vivir confiado en alcanzar un objetivo. Pero como dicen la fe mueve montañas, y es capaz de sacarnos de aquel hoyo profundo en el que nos sentimos cuando vamos perdiendo la guerra con la vida y que nos va arrastrando hacia la nada.
Así que la fe es lo que nos impulsa a seguir adelante, eso que nos empuja a arriesgar todo por algo o a continuar por el camino trazado, así vayamos dando tumbos por la vida, es eso que nos motiva a querer lograr las cosas a pesar de sentir que son solo adversidades lo que consigue.
La vida está llena de momentos complicados y dolorosos, y cuando menos lo esperamos ahí llega una situación que nos atormenta, que nos hace perder momentáneamente las perspectivas, la fe y la esperanza. Pero la fe es un regalo luminoso que Dios nos da para conocer con certeza verdades difíciles de alcanzar con la inteligencia y nuestras fuerzas. Es un hermoso regalo que Dios les da a algunos desde pequeños, pero a otros, en la juventud o en la madurez. Pero sin importar cuándo o a partir de qué momento de tu vida, quien tiene fe tiene un tesoro de enorme valor en esta vida. Aunque la fe no es como un objeto que alguien consigue y ya se puede despreocupar, como si lo hubiera guardado en un cajón pensando que ahí seguirá cuando lo necesite… La fe es algo vivo, llamado a crecer, a desarrollarse y producir calor o frutos, como un fuego o un ser vivo. La fe es un regalo que se debe cuidar, alimentar y ejercitar. Porque tener fe es saber que no siempre tendremos momentos de alegría y bienestar pero que siempre debemos estar contentos de lo que Dios ha hecho y hará con nuestras vidas.
*La autora es Psicóloga Clínica