Reginaldo Atanay – De Quisqueya y Casandra Damirón

Reginaldo Atanay – De Quisqueya y Casandra Damirón

NUEVA YORK. La tierra donde sepultaron hace unos días a Quisqueya Damirón viuda de Alba debe, en su humedad de frescura, oler a rosas, y mientras los entes incorpóreos encargados de recoger las experiencias de la difunta, hacen su labor para guardarlas en el Archivo Akásico, recordamos con cariño a una mujer jovial, luchadora y con gran capacidad de trabajo.

La última vez que vimos, físicamente, a Quisqueya, fue cuando vino, desde su residencia en la Florida, a Nueva York, para atisbar una campaña a favor del Saint Joseph Hospital, un hospital norteamericano que dispensa sus servicios de salud a muchos niños desvalidos.

Quisqueya era, como lo fue su líder Joaquín Balaguer, «una política de los pies a la cabeza» y sentía orgullo de haber pasado aquí varias etapas, desde obrera en una fábrica, hasta ser cónsul general, embajadora; y junto al ya también extinto doctor Plácido R. Acevedo Alfáu, propiciar, con el respaldo del diseñador Oscar de la Renta, que Carlos Piantini, virtuoso del violín, miembro destacado de la Orquesta Filarmónica de Nueva York por más de doce años, debutara en el Lincoln Center como director de orquesta, dirigiendo el Réquiem, de Verdi.

Y es que Plácido y Quisqueya encabezaron la Institución del Niño, entidad que dio apoyo económico, médico y educacional a muchos huérfanos quisqueyanos, y el dinero que produjo aquel espectáculo memorable, fue para esos fines.

La penúltima vez que conversamos un buen rato con Quisqueya, fue en su apartamento de Rego Park, en Queens, y esa vez, fue la última que disfrutamos de la presencia, conversación y ocurrencias, de otra vieja y distinguida amiga: Casandra Damirón, «La Soberana de la Canción», hermana, como lo fue también Dodó, de Quisqueya.

Aquella tarde, fue de especialidades, pues renovamos los afectos con Casandra, cultivados mucho tiempo antes en su casa de la calle José Contreras, en Santo Domingo, en medio de tragos, risas y llantos. Porque Casandra, que era dada a hablar de asuntos místicos, además de lo artístico folklórico, hablaba ese día, del espectáculo que pensaba montar en el Teatro Nacional de la capital dominicana, con el título de «Mataron a Mandé»

Y cuando hablaba de eso, Casandra no pudo contener su impulso, se levantó del asiento, al tiempo que cantaba: «ya mataron a Mandé, Mandé, Mandé…» también lo bailaba.

Al poco rato, Casandra entristeció recordando que hacía poco que le habían extirpado un seno, afectado de cáncer. Y lloró. Y se repuso casi de inmediato, y seguimos en la francachela íntima, en la que Dodó, la incomparable Dodó de risa constante y abundantes chistes, hacía galas de su buen humor.

Tan especial fue esa tarde que disfrutamos el ver, en un tarro grande lleno de tierra y con un arbolito que estaba en un balcón, tres pichones con su pico abierto, esperando a que mamá pajarito les diera el alimento que les acababa de traer.

Los pajaritos, deben haber muerto. ¡Hace tanto tiempo…!

Y han muerto ya esas tres hermanas, hijas de la Provincia de Barahona, quienes hicieron historia en el arte, la política y la sociedad dominicanas.

Hacía pocos meses que Quisqueya había vuelto a fijar su residencia en Santo Domingo, «como quien dice», a esperar la llegada de la muerte.

En una de sus visitas políticas a Estados Unidos, conversamos con el senador José Hazim Frappier, rector de la Universidad Central del Este, y dirigente del Partido Reformista Social Cristiano. Josesito acaba de llegar de la Florida, y se hospedaba en el Waldorf Astoria. Uno de sus ayudantes nos llamó para que fuéramos a conversar con el político, quien nos requería.

Luego, en medio de la conversación que sostuvimos, dijo el Senador que Quisqueya, en la Florida, le había encarecido que «cuando llegues a Nueva York, no dejes de llamar a Atanay».

Quisqueya, cada vez que nos saludaba, tanto en persona como por teléfono, nos llamaba «Afilando». Y es que una vez nos preguntó cómo estábamos; que cuál era nuestro estado de ánimo ese día. Le respondimos con este viejo dicho criollo: «Aquí… amolando y siempre boto.» Ella cambió el término de «amolando» por el sinónimo de «afilando», y desde entonces, ése era su saludo hacia nosotros.

El doctor Hazim, como médico al fin, nos dijo que a Quisqueya le quedarían menos de dos años de vida, y agregó que «es capaz de durar mucho tiempo más, pues el entusiasmo de esa mujer por la vida y su partido es inmejorable.»

Luego el Senador habló de Casandra, recordando que la artista, después de la operación que experimentó, se dedicó a aportar «lo más que pudiera» a la causa contra el cáncer. Y obsequió a la Universidad del Este con un costoso aparato con que bregan los médicos en esos asuntos.

Dodó, pese a sus muchos achaques que le acosaron, siempre manifestó alegría. Al poco tiempo de su partida, su esposo René no pudo resistir. Y la siguió.

Casandra, sentó precedente artístico en la Dominicana tierra. Ahí está el celebérrimo premio artístico que lleva su nombre.

Quisqueya, juntó sus actividades políticas con las benéficas y culturales; y se marchó dejando una estela de afectos. Y de admiración.

Para la meditación de hoy: Ponte siempre del lado de las esperanzas. Ellas son la base del optimismo. Esas existencias intangibles son como hadas, que impulsan a uno a hacer maravillas, cuando les ponemos atención, y las vivimos. Vive tus esperanzas de paz interior, alegría, amor y prosperidad, que entonces, las esperanzas se harán amigas tuyas, y como ellas siempre han estado en el poder, podrán ayudarte siempre.

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