La desproporción es real y está reafirmada por un estudio sobre la composición del Producto Bruto Interno: a falta de políticas y estrategias de equidad distributiva, el Gran Santo Domingo, el Cibao Central y la porción del Este que está dotada de industrias exportadoras y hoteles turísticos son aventajados dínamos de la producción nacional con una porción del 63.1% del total nacional de bienes y servicios.
Otras extensas zonas del país son de modestos y dispersos aportes y el efecto social de su inferioridad les hace asiento de millones de familias rezagadas en ingresos haciendo que los jóvenes emigren hacia los lugares más avanzadas de la geografía, o al exterior, en la suposición de que sería más fácil conseguir empleos.
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De su República les atrae la multiplicidad de opciones para estudiar, la existencia de unos servicios públicos que probablemente superen a los de su lugar de origen y la abundancia de oportunidades para ganarse la vida insertándose en el mayúsculo sector informal de la economía.
El macro-crecimiento circunscrito a unas específicas regiones en desmedro de otras que también deben servir para que los dominicanos desarrollen sus proyectos de vida, genera una negación de progreso que, como bumerán, se ha venido traduciendo en expansión de asentamientos urbanos desordenados por la poca o ninguna planificación. Los clásicos cinturones de miseria conectan, evidentemente, con la mala distribución territorial del desarrollo.