Reincidencia amorosa

Reincidencia amorosa

En estos tiempos, aún no nos hemos librado de un conjunto de ideas nefastas que, a las mujeres en especial, nos han calado el corazón y, lo que es peor, el cerebro: que existe una sola persona en el mundo destinada a satisfacernos, que el amor consiste sólo en reconocer semejanzas más que en convivir en armonía con nuestras diferencias, que una pareja que se separa es un fracaso. ¿Por qué no valorar lo que ha sido pleno, aunque haya concluido? Sería de lamentar el ocaso del valor del compromiso.

Evidentemente el reencuentro con un “viejo” amor, es duro. Te has percatado que cuando dejas una etapa pendiente en nuestras vidas, siempre se da la oportunidad para cerrarla, o mejor/peor aún de volverla a abrir. Muchas veces vuelven los recuerdos de este amor que nunca tuvo un fin y que dimos por perdido sin luchar, por lo menos (lo que nuestra ilusión entendía) no lo suficiente.

Bien dice el dicho “donde hubo fuego cenizas quedan”, estamos condenados a sentir para siempre. Puede que la intensidad varíe pero no el sentimiento, siempre sentirás algo al ver o recordar un viejo amor, porque creerás inconscientemente que todavía hay amor donde no lo hay, y con banales argumentos, logras fundarte falsas e inútiles esperanzas de una relación sin futuro. El que duda una vez, vuelve a dudar, si no te aman hoy, no te amarán nunca. Persistir en la reconquista más allá del límite, es como tapar el sol con un dedo, es negarse a ver la realidad que solo tú podrías ser capaz de aceptar. Solemos cometer el grave error de recordar todo lo bueno justo cuando ya no está ahí. Vemos las virtudes y olvidamos todos los defectos culpables del atroz rompimiento.

Cuando una relación termina afloran todos los apegos latentes. Enfrentar el duelo y superarlo es lo que permite salir de la crisis y continuar con la vida. Intentar más allá del límite resucitar la antigua relación o continuarla tormentosamente bajo eufemismos como amistad o ‘relación libre’ mantiene a uno o a los dos afectados en lo más profundo de la crisis y dificulta el retorno a la normalidad de sus vidas. Y esto suele provocar una reincidencia afectiva negativa, pretendiendo hasta buscar nuevas compañías similares a la persona que nos hizo o todavía nos hace sufrir.

Definitivamente, al final de cuentas, el dejar ir es simplemente asumir que por siempre amarás a alguien y mandar ese recuerdo al fondo del cajón. La razón principal por la que somos incapaces de dejar ir es, irónicamente, la esperanza, aquella fuerza maravillosa que nos impulsa en momentos impíos, es nuestra peor enemiga cuanto a relaciones se trata. Quien tiene tendencia a la reincidencia producto de su ingenuidad e inmadurez, debe reconocer que lo mejor sería romper radicalmente, ya que la proximidad puede producir recaídas.

Sentir es lo que nos hace personas. Amar es lo que nos hace humanos y sufrir es lo que nos hace crecer. Así que yo digo, no huyas del sufrimiento y mucho menos del amor o la oportunidad de encontrarlo porque estarías negando la posibilidad del más grande milagro, la suma de uno y su otra mitad; pero tampoco te encasilles en buscarle soluciones a lo que ya es rompecabezas sin principio ni fin.

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