Reino de la grosería

Reino de la grosería

Los insultos que escucharemos durante la próxima campaña electoral tendrán que ser medidos con instrumentos propios de la astronomía. Hace algunos meses escribí un artículo titulado: “La escala insultónica”, en el cual afirmé: “En las actividades políticas dominicanas el insulto ha llegado a ser un “arte abrasivo” fundamental. Las antiguamente llamadas “pelas de lengua”, ya no son solamente de lengua; ahora pueden ser magnificadas por las redes sociales de “Internet”, “tuitiadas y retuitiadas”, hasta alcanzar una suerte de universalidad cibernética. Los nervios craneales hipogloso y glosofaríngeo no poseen la fuerza insultante de las técnicas electrónicas. Las palabras por si, tienen gradaciones expresivas; por ejemplo: cacá, pupú, mojón, mierda”.

“En este caso se trata de varias palabras que designan heces fecales. Pero significan una gama en crescendo del mal olor de los excrementos. Así como puede aumentar el volumen de una música, se puede hacer crecer el hedor de las palabras. Los políticos dominicanos han encontrado la justa “vibración palabrónica” para cada insulto. Son artilleros que saben escoger el calibre preciso del proyectil para cada objetivo. He oído decir: ese funcionario es “un carajo a la vela”; también, el tipo que han nombrado en ese cargo es “un maco de letrina”. Son miles los insultos que tienen que ver con delitos comunes y asuntos relativo a la conducta sexual”.

“A los que se han añadido “dichos” despectivos conectados con el uso de drogas narcóticas. Algunos insultos son frases idiomáticas recibidas en herencia a través de la lengua española, como es el mote de “hijo de puta”. Otros improperios parece que nos han llegado desde La Habana. Eso se dice del vocablo compuesto “comemierda”. Esta comunidad histórica, geográfica, lingüística, comienza con el colonizador Alonso de Ojeda. De él se dice que llevó a Cuba la expresión “Ave María purísima”.

Ahora vivimos en el reino de la grosería; todos compiten en el empleo de malas palabras a granel. Creemos que “no hemos dicho las cosas” si no empleamos superlativos. Y suponemos que la superlativa expresividad reside en las llamadas “palabras gruesas”. En realidad, las malas palabras terminan convirtiéndose en meras interjecciones, como vemos cuando alguien tropieza, cae al piso o se golpea con un martillo. Es una malísima costumbre.

 

Publicaciones Relacionadas

Más leídas